Por Carlos Aznárez, director de Resumen Latinoamericano
Está claro que las elecciones primarias no son las definitivas, pero algo más de quince puntos de diferencia entre la oposición (con un 48%) y el oficialismo (con un 33%) no es un simple detalle ni algo que el gobierno de Mauricio Macri pueda minimizar. Ni siquiera apelando a consejos paternales como ese lanzado a medianoche invitando a los argentinos «a irse a dormir».
Sin ningún tipo de atenuantes el Frente encabezado por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner aplastó a quienes hasta el presente ejercen el poder autoritario de no solo condenar a los argentinos y argentinas a retornar a las peores épocas de la historia sino de convertir al país en una devaluada colonia del imperialismo trumpiano.
Había claras señales que el pueblo, que no siempre se somete mansamente a las políticas criminales del capitalismo, estaba harto de aguantar tanta impunidad y por lo tanto este pasado domingo debía resolver a su manera escribir un contundente «hasta aquí llegamos» y convertirlo en singular punto de inflexión. Y vaya si lo hizo. Utilizando una fórmula opositora que para algunos es producto de «una jugada magistral» de Cristina Fernández y para otros, más críticos, la alternativa «menos mala» para sacudirse de encima a Macri y sus secuaces, generó de sur a norte y de este a oeste del país las condiciones para propinarle al gobierno de los ricos una saludable paliza electoral. El cimbronazo acusado por el macrismo no dejó provincia sin tocar, ya que el aluvión de votos para la oposición se manifestó incluso en sitios donde cuatro años atrás el macrismo había arrasado. Como premio consuelo, aunque provisorio, el oficialismo pudo salvar la ropa en la Ciudad de Buenos Aires, donde persisten aún (veremos qué ocurre en las elecciones definitivas de octubre) bolsones francamente reaccionarios, acomodaticios y gorilas, y en la provincia de Córdoba, donde indudablemente tironeó o le fueron regalados sufragios del gobernador Schiaretti, para escribir otra página vergonzosa en el bastión del Cordobazo.
Mención especial, sin dudas, merece la perla de la corona de toda buena elección argentina que se precie, la provincia de Buenos Aires. Allí, Axel Kicillof, el mejor candidato proyectado por el kirchnerismo (aparte, claro, de la propia ex presidenta y ahora candidata a vice), vapuleó a la gobernadora María Eugenia Vidal y la derrotó con aproximadamente 18% de votos de ventaja. Es el justo premio a un hombre joven, ex ministro de Economía y tiempo antes de llegar a la política institucional, excelente profesor de marxismo, que pateó la provincia casa por casa, que no se sumó a ninguna variante de triunfalismo previo y que finalmente, a la hora de la victoria, supo agradecer lo logrado recostándose en los más humildes que lo eligieron para sacudirse de encima a una de las principales partenaires de las políticas neoliberales del macrismo.
Con estos resultados, si el macrismo no fuera un sostén principal de la democracia burguesa, debería anunciar hoy mismo su retiro anticipado del gobierno, y así dejar de hacer más mal a una sociedad que se equivocó de cabo a rabo en elegirlo en el 2015, y que como hacía mucho que no ocurría ejerció con rigor el voto castigo. Pero Macri no se va a ir tan fácilmente, y los días que vienen, sobre todo en lo que hace a los temas económicos y las nuevas corridas que pueda producir el dólar son altamente peligrosos.
No hay que olvidar que este establishment macrista está agarrado desde la cabeza a los pies por el FMI y sus amigos de la banca financiera internacional. Que esta ralea es capaz de todo, y que en su megalomanía y desprecio por quienes pacíficamente los han acorralado, pueden apelar a cualquier golpe bajo. Por ello, y porque esta ha sido una elección que sirvió para marcarle duramente el territorio, la oposición debe prepararse para consumar la derrota definitiva en la primera vuelta de octubre. Votos no faltan y seguramente vendrán más, arrastrados por la euforia victoriosa de este domingo. Incluso, es probable que se puedan ver cambios de equipo de algunos tránsfugas que nunca faltan, que jurarán que ellos estaban con Macri pero que ahora «desilusionados» prefieren sumarse a a la ola ganadora.
Pongamos por un momento la brújula en ese acto de salud mental masivo que puede significar la expulsión -en octubre- de los Macri, Vidal, Peña, Bullrich y demás maleantes del poder, y recapacitemos sobre las posibilidades del próximo gobierno Fernández-Fernández. Indudablemente el país seguirá instalado en el capitalismo, aunque como el propio candidato presidencial lo anunciara, se tomarán medidas reparadoras de urgencia sobre los daños más graves cometidos en los últimos 4 años, pero el tema fundamental seguirá siendo como se encararán las relaciones con el FMI y la maldita deuda externa generada por el actual gobierno. Si bien Alberto Fernández ha dicho más de una vez que «se cumplirán con los pagos» y que «Argentina honrará la deuda», sería conveniente no insistir en ese tipo de promesas y si hay algo que honrar, pensar en esos millones de votantes que se merecen algo más que seguir sacrificando su futuro en financiar con su sacrificio y el de sus hijos y nietos, compromisos incumplibles salvo a costa de seguir sosteniendo la pobreza por décadas.
Puede decirse que «ahora no es el momento de poner piedras en el camino sino de ganar», es cierto, pero con esos mismos consejos se aseguró la gobernabilidad del macrismo en vez de aprovechar esta misma bronca ahora demostrada en las urnas, para echarlo mucho antes con la lucha callejera y ahorrarle más dolor a nuestra gente.
Movilizaciones no faltaron y ganas de hacerlo tampoco, pero las dirigencias optaron por seguir jugando el partido dentro de los límites de estas democracias tramposas y desgastantes. De allí, que el gobierno que asuma en diciembre (que, de cara a lo votado en estas primarias, debería ser el de los Fernández) tiene la obligación de debatir con el pueblo, que la sufre, qué hacer con la deuda y no anticiparse a ceder ante los guiños que seguramente hará el poder financiero internacional. La movilización permanente, en ese sentido, es fundamental para que no se produzcan nuevas frustraciones.
Por último otro dato, que no es menor: esta derrota de la derecha gorila es un duro golpe para los titiriteros de Washington y Tel Aviv. Trump y Netanyahu estaban cómodos con la dupla Macri-Bolsonaro, que les lamían los pies con absoluta obsecuencia. Ahora, todo indica que se viene la noche para esa idea recolonizadora a bajo costo, y seguramente el ejemplo cundirá. De hecho, en ese mismo mes de octubre, el imperio puede sufrir una derrota a tres bandas, en Argentina, Bolivia y Uruguay. Salvo Evo que avanza hacia el socialismo, las otras dos opciones son hijas de un capitalismo suave, pero que confrontan con las ambiciones del imperio de alinear al continente en su idea de agredir a Venezuela y Cuba. Si no hay sorpresas de último momento, octubre aparece en el horizonte como una barrera importante a la tendencia expansionista de Estados Unidos para el continente. Y esa, es otra buena razón para que la primera victoria en las primarias argentinas sea festejada en toda la Patria Grande. Ahora hay que ir por Bolsonaro e Iván Duque.
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