Aunque pierda las elecciones, el macrismo profundizó radicalmente la obra de la dictadura
Por Jorge Falcone
RETICENCIA DE LO NUEVO
“Sólo gracias a los sin esperanza nos es dada la esperanza”.
Walter Benjamin
La “democracia de la derrota” (*) que transitamos ha escarmentado a buena parte de la sociedad argentina de sus audacias de otrora. Sin esta interpretación cuesta demasiado comprender que, pese a la muerte por congelamiento de numerosos compatriotas bajo la ola polar de este riguroso invierno, aún queden compatriotas que perteneciendo a sectores castigados por el modelo económico vigente sigan apostando por esa entelequia llamada “cambio”.
En todo caso, la “primaverita” económica con que el gobierno ha venido batiendo parches es “pan para hoy y hambre para mañana”, y sólo beneficia circunstancialmente a la clase media. Pero a menudo montajes como ese bastan para definir una elección.
Porque, si algún logro debería reconocérsele al macrismo en medio de una flagrante ausencia de inversiones, una inflación indomable y una miseria inédita bajo un gobierno constitucional, es el de haber generado una mayoría electoral relativa que - a contrapelo del sentido común de los últimos años - valora a la seguridad por encima de la Justicia Social, porque está dispuesta a aceptar que “la torta no alcanza para todos”.
Sin ir más lejos, en los últimos días este cronista recogió dos ejemplos que ilustran tal fenómeno. En el primer caso, un modesto peón de taxi de alrededor de 40 años, para referirse al modelo económico del anterior gobierno nacional lo hizo en los siguientes términos: “¿Se acuerda de esa época en que no hacía falta trabajar, porque nos regalaban todo?”. A lo que más adelante agregó, a título de factor causal: “Lo que pasa es que este país es una fábrica industrial de peronistas”. En el segundo caso, a bordo de un transporte de media distancia, un obrero de la construcción de una edad aproximada a la del personaje precedente señalaba a su interlocutor - compañero de labor de algunos años menos, que escuchaba atentamente - la caravana de madres peregrinando con sus pequeños hijos en procura de alguna distracción con la que entretenerlos durante ese otro invento consumístico denominado Vacaciones de Invierno, expresándose de este modo: “¡Ahí tenés la crisis económica! Se quejan pero no paran de yirar… Acá la crisis se va a acabar cuando 8 millones de nosotros deje de laburar para los 32 millones restantes”. Como se puede apreciar, en ambas argumentaciones campea un pensamiento mágico y reduccionista, y brilla por su ausencia un poder económico opresor. En consecuencia, desde tales puntos de vista, la fuente de nuestros males radicaría en el dispendio de los recursos públicos, o - aún peor - en una cuestión idiosincrática. Sin ánimo pues de otorgarle un status científico definitivo a la referencia de tales anécdotas, bien puede convenirse que la perspectiva que manifiestan se resiste a una posible explicación economicista, lo que estaría ratificando en gran medida cuánto caló durante los últimos años - incluso en sectores subalternos - la prédica cultural oficialista.
En tal contexto resulta entendible que la palabra Revolución haya “pasado de moda”, y que escuchada por oídos permeados por la satanización del término remita exclusivamente a fratricidio y regueros de sangre… dado que es bien sabido de qué arcas deberían salir los recursos necesarios para proporcionar alimento y abrigo a l@s más de 13.000.000 de compatriotas que engrosan las estadísticas de pobreza en este país rico. No se trata pues de pasar por alto el fallido intento chileno de tránsito al socialismo “por vía democrática”, sino más bien de retomar el desafío simonrodriguista de inventar o errar. Lejos de proponerse aquí comparaciones que no cuadran, recordemos que - como ya sostienen números@s exponentes del pensamiento crítico - el Siglo XXI nostramericano se inauguró con un alzamiento zapatista que puso en cuestión muchos presupuestos de lo que durante el siglo anterior se concibió como única forma de acceso a un reparto equitativo de las riquezas.
Así, el rasgo decididamente inhumano del presente que transitamos ha redundado en un engorde de numerosas organizaciones sociales que durante los últimos tiempos se han visto más condicionadas a destinar buena parte de su activismo a paliar las urgencias del hambre en merenderos y comedores que a sostener una formación de cuadros capaz de recordar cuánto costó conquistar los derechos que nos están arrebatando, o que las clases dominantes no suelen apelar precisamente a los buenos modales ni aun cuando el más votado de los gobiernos se dispone a recortar alguno de sus privilegios .
Eso explica que buena parte del espacio social por ellas representado, lejos de responder a las perspectivas estratégicas de sus respectivas conducciones, se muestre absolutamente permeado por el sentido común que fomentan las usinas del poder para sostener sin sobresaltos este modelo de acumulación por desposesión.
Hoy escasean las organizaciones políticas adherentes a un pensamiento antisistémico que ante una coyuntura electoral se resistan a “la demanda de los de abajo” y - en el entendimiento de que el salto de lo social a lo político consiste exclusivamente en dar a luz una herramienta capaz de presentar candidat@s para los próximos comicios - no destinen buena parte de su esfuerzo a hacer campaña con las reglas de juego del antagonista de proyecto histórico.
Ante semejante panorama parecería pertinente volver a cuestionarse si queda algo por demostrar en cuanto a que ni el capitalismo con disfraz más humano ha sido capaz de dar respuesta adecuada al conjunto de una sociedad.
LA LOZA SOBRE NUESTRA EMANCIPACIÓN
“…cabe recordar que para el año 2020 tenemos vencimientos por el conjunto de nuestra deuda externa que ascienden a la suma de 22,8 miles de millones de dólares; esa cifra, para los próximos 4 años se eleva a 156.220 millones. A nadie escapa que - para nuestra economía actual - eso es imposible de cumplir”.
Roberto Cirilo Perdía
El proceso de endeudamiento externo desarrollado entre 1976 y 1983 sirvió para solventar negocios privados. Así lo demuestra el fallo del juez Jorge Ballestero dictado en junio de 2000 en la causa impulsada por Alejandro Olmos, en la que se investigó la hipoteca de nuestro país durante la última dictadura militar.
Aquella patriada, iniciada en octubre de 1982 y cerrada en 2000, reúne decenas de investigaciones, millares de fojas, informes periciales, recortes de diarios, declaraciones de ex funcionarios, datos que durante dieciocho años fueron recopilándose y que desovillan la madeja de cómo se estafó al país.
Esa titánica tarea, que contó con numerosos peritos de organismos oficiales y privados, locales y extranjeros, cuestionó seriamente a las autoridades civiles y militares de entonces, entre ellas al súper Ministro de Economía“Joe” Martínez de Hoz, a su mano derecha Guillermo Walter Klein (h) - titular de la Secretaría de Programación y Coordinación Económica -, y a los distintos presidentes del Banco Central.
La fraudulenta operatoria de los denunciados favoreció a algunos grupos económicos ligados a los centros financieros internacionales, que mantienen su influencia en el presente, como Macri, Fortabat, Bunge & Born, Bridas,Bulgheroni, Pérez Companc, Techint (Rocca), Soldati, Pescarmona, quienes contrajeron la deuda privada que más tarde sería estatizada porDomingo Felipe Cavallo. Entre otros nuevos responsables de la postración nacional, he aquí a buena parte de los apellidos que conforman un poder capaz de prevalecer ante cualquier resultado electoral, escamoteado por la “grieta” que el periodismo cómplice ofrece a la opinión pública como la contradicción principal que deberíamos resolver.
El endeudamiento en cuestión se valió de tres recursos: reforma financiera y pauta cambiaria (devaluación progresiva del peso); apertura económica y desindustrialización; desmantelamiento estatal y represión de la resistencia popular. Para implementar estas reformas, fue necesaria la modificación del marco legal, a fin de concretar una acción ilegítima. La presentación de Alejandro Olmos concluye expresando que “Primero se modificó la ley, después se hipotecó al país”. Cuando resultó insuficiente, sencillamente se apeló a la violación de las normativas vigentes.
Todo ello se concretó mediante el endeudamiento de las empresas públicas en el exterior para conseguir dólares que no utilizaban, beneficiando con ellos a empresas privadas a través del Banco Central, con posterior estatización de dichas deudas. YPF, por ejemplo, fue obligada a tomar deudas cada tres meses sin ninguna necesidad real. Cabe destacar que a la compañía nunca llegaban esas divisas, que quedaban en el Banco Central. En las postrimerías de la dictadura, la deuda de YPF ascendía a 6.000 millones de dólares; desde el golpe militar, la misma había crecido unas 16 veces, y llegó a constituir un décimo de la deuda total del país. Los dólares eran utilizados por los grupos señalados para la “timba financiera” especulando con los tipos de cambio y la fuga de divisas.
LA RECURRENTE PREGUNTA SOBRE “¿QUÉ HACER?”
“El cierre de listas es la síntesis o cristalización de un sistema basado en la competencia, el rencor, el individualismo. Un festival de antivalores. No quiero decir con esto que no sea una instancia necesaria para un proyecto popular, incluso para un proyecto revolucionario, pero el mecanismo se ha configurado de tal forma que deja pocas grietas para colar una representación de los sectores excluidos de la política formal, sin que eso implique domesticarlos y convertirlos en otra cosa”.
Juan Grabois
Desde esta tribuna venimos adhiriendo sin cortapisas a la necesidad de desalojar a la coalición gobernante en las elecciones de octubre, ya que la rebelión popular sostenida no logró coaligar esfuerzos para imponer otras condiciones de recambio institucional, como sí ocurrió en el período 2001/2003.
Más aún cuando l@s inquilin@s de la Casa Rosada vienen demostrando palmariamente - como lo ilustra, por ejemplo, la instalación de tropas israelíes en la Triple Frontera, o el nuevo “Servicio Cívico Voluntario en Valores” dirigido por la fuerza de seguridad que causó la muerte deSantiago Maldonado - que no sólo están dispuest@s a ganar una elección, sino a consolidar para siempre este capitalismo apocalíptico en nuestro país. En consecuencia, hasta el más mínimo garantismo contribuirá a obstaculizar semejante proyecto.
Tal objetivo está fuera de toda discusión. Lo que aquí se pretende poner en cuestión es el día después. Ya que nadie debería pasar por alto en qué desembocó la democracia recuperada en 1973, al cabo de casi 18 años de resistencia popular por todos los medios contra los dueños del poder, y habiendo colocado en ministerios y gobernaciones calificados cuadros identificados con una política transformadora al interior del peronismo. Desde entonces, la caja de resonancia estatal nunca volvió a contener una masa crítica de semejante calidad en el ejercicio de la función pública. Quien sostenga lo contrario tomando como referencia a la “década ganada”, deberá admitir que en tal contexto no existía un sentido común que demandara cambios sociales de carácter revolucionario.
Dicho panorama nos lleva a ratificar que, sin generar una nueva hegemonía social que reconsidere la necesidad/posibilidad de un cambio profundo - lo cual demandará el concurso de muchas voluntades convencidas (y capaces de convencer) al respecto en el diario quehacer militante -, sobran ejemplos históricos de que ninguna estructura se modifica por decreto, desde arriba hacia abajo.
Por ende, a esta altura del proceso de mega endeudamiento y destrucción nacional, la opción parecería ser tan diáfana como militar para el cambio o militar para la continuidad… lo que ha demostrado palmariamente producir más bajas por hambre, frío, o gatillo fácil, que cualquier conato de desobediencia civil.
Ojalá una militancia que ha demostrado sobrada capacidad de sostener esta larga y sacrificada lucha así lo entienda, e invierta su principal esfuerzo sobre la comunidad, en vez de arriesgar sus respectivas construcciones zambulléndose de lleno en las arenas movedizas de la vida parlamentaria. -
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