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Foto del escritorRevista Resistencias

Sigue la Revolución de las Flores Nativas



Por Carlos Aznárez


Vinieron desde todos los puntos del país, cargadas con pequeñas mochilas y bolsos, donde guardaban poquitas cosas, Sabían que la movida no era fácil pero no pensaban que la espera en la ciudad de la furia fuera tan prolongada. Son las mujeres indígenas autoconvocadas, tan dignas como valientes a la hora de enfrentar a los poderosos y no ceder terreno cuando intentan minimizarlas o ningunearlas. Acostumbradas a las circunstancias extremas, durmieron todos estos días en un espacio muy pequeño del pasillo del Ministerio del Interior. Allí se instalaron y proclamaron la ocupación pacífica del mismo para visibilizar su protesta. En el exterior, abrazándolas, militantes, amigos, y varias e improvisadas carpas, donde se arman ollas populares para mitigar el hambre.

Enclavado en plena City, rodeado de bancos, empresas que cotizan en bolsa y solo a cien metros de la Casa Rosada, Interior es un ministerio de puertas de hierro antiguas que generalmente se cierran a cal y canto a las 16 horas, pero desde hace nueve días, por decisión de las hermanas. permanecieron abiertas día y noche para que los y las transeúntes pudieran chocar con una realidad que casi siempre sienten muy lejos, acercarse, charlar e informarse de las razones que las movía estar allí. Es cierto que no tuvieron al clima a su favor, ya que durante varias jornadas la lluvia se transformó en temporal y el frío calaba hasta los huesos, pero no se movieron de allí porque de paciencia y resistencia estas mujeres saben mucho. Claro que algunas veces se las vio nostálgicas por la familia que habían dejado atrás, a tantos kilómetros, para sumarse a esta “revolución de las flores nativas”, como nombraron a la gesta que están protagonizando. También se las pudo ver más que enojadas por la falta de respuestas concretos del ministro Rogelio Frigerio, que reveló los puntos que calza al no resolverles ninguno de los ítems de sus demandas y tratar de sacárselas de encima ofreciéndoles “conseguir” algún contacto con otros ministerios o los pasajes de regreso a sus territorios.

Fueron esos primeros días de la ocupación en que se pudo escuchar la voz potente de la weichafe Moira Millán, consignando que «la ocupación sigue” hasta que nos den las soluciones «que vinimos a buscar”, explicando razones con la lógica de quienes se saben seguras de que no exageran un ápice cuando hablan de situación “muy grave” en los territorios. O poner el oído a los testimonios que hicieron el resto de sus compañeras, contando experiencias sangrantes. Como el de la madre de Marcelino Olaire, desaparecido el 8 de noviembre de 2016 del hospital público de Formosa, y que la llevó a iniciar una búsqueda constante, sufriendo el mal trato de las instituciones. O el caso de Ismael Ramírez, de solo 13 años, fusilado por la policía del Chaco. O los relatos de niñas violadas por empresarios o terratenientes, que las arrancan de sus hogares ante la impotencia de sus padres, ya que saben que si denuncian el caso nadie los va a escuchar.

Autoconvocadas para hacer oír sus reclamos, estas mujeres se enfrentaron una vez más con un Estado que desborda racismo por todos los poros, que más allá de quien gobierne, generalmente se las margina como ciudadanas de una clase muy inferior al resto. Se les roban sus tierras, se impiden sus ceremonias ancestrales, se las expulsa con violencia de pequeñas parcelas donde mantienen cuatro gallinitas, un par de cabras o en el mejor de los casos algunas ovejas. Muchas de ellas cargan sobre sus espaldas las marcas del rigor con que las maltratan gobernadores esclavistas o empresarios trasnacionales que les imponen hidroeléctricas o deforestan a mansalva para que “se vayan de una vez esos indios molestos”.

Con razón, declaran a quien las quiera escuchar: “Acusamos de terricidio a los gobiernos, y a las empresas que están asesinando nuestros territorios». Y agregan; «Llamamos terricidio al asesinato no sólo de los ecosistemas tangibles y de los pueblos que lo habitan, sino también al asesinato de todas las fuerzas que regulan la vida en la tierra, a lo que llamamos ecosistema perceptible”.

Son sabias y peleonas estas mujeres y por eso van logrando poco a poco lo que se proponen. Lo hacen en sus comunidades, en peleas desiguales con gendarmes, policías brutales y jueces que las miran con desprecio. Muchas veces les va la vida en ello, pero no retroceden. También aquí ocurre lo mismo, ya que al ver que un ministro se borraba, levantaron la apuesta y dijeron: “reclamamos una mesa resolutiva interministerial”. Y así, ya pudieron contar sus reclamos en el ministerio de Justicia, donde surgieron algunos avances para investigar a fondo el caso de Marcelino Olaire e Ismael Fernández. Sin embargo, la ocupación sigue, a la espera de poder hablar con otros ministerios y romper con la muralla de silencio que generalmente tiene el Estado cuando los pueblos originarios exigen soluciones.

Capítulo aparte de esta importante acción directa encarada por 23 mujeres que saben lo que quieren, es otro de los desprecios habituales, el de los medios hegemónicos de comunicación, que estos 9 días hicieron como si el problema no existiera. Ellos, que tan presurosamente van a sitios intrascendentes movidos no por la noticia, sino por el morbo, no se dignaron a aparecer por 25 de mayo 101, donde está instalado el “campamento de la dignidad y la lucha”. Como en muchas otras ocasiones, fueron los medios alternativos los que dieron visibilidad a lo que está ocurriendo hasta el momento en que se escribe esta nota. Cronistas sensibles que no van detrás de primicias sino de hacer fuerza, a su manera, para que la victoria alumbre a estas mujeres que no solo hablan por su gente, ya que también traen la voz de los valles, de los ríos y de las montañas.




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