Belén Rozas - Ya pasaron más de dos semanas del día en el que 38 senadores y senadoras votaron en contra del aborto legal y decidieron continuar con las muertes producto de la clandestinidad. Los resultados entre esta alianza de los sectores más retrógrados de la Iglesia y el Estado aparecieron a los pocos días, cuando Liz, mujer de 34 años y madre de dos hijes, murió en un hospital del conurbano bonaerense por un aborto inseguro. Definitivamente no salvaron ninguna vida, pero eso ya lo sabían. Y no les importa. La vida de una mujer de un barrio popular en San Martín, como Liz, no les importa. Los celestes más fanatizados dicen por las redes sociales que compartirán la noticia de cada nacimiento para contrarrestar las cifras de la muerte de mujeres y personas con capacidad de gestar. Me pregunto si tendrán en cuenta la cantidad de bebés que nacen porque bajo este sistema la maternidad es obligatoria. De nuevo, no les importa.
¿Qué quedó del 8A? Quedó enojo, mucho. Y la furia, la impotencia y la frustración no provienen de la derrota numérica, sino de la demostración explícita de que este sistema representativo no funciona. La democracia que conocemos mostró su verdadero rostro y las millones de personas que nos movilizamos a lo largo y ancho de todo el país vamos llegando a la conclusión de que ese Congreso, esa Casa Rosada y las tantas instituciones más no nos representan, ni defienden los intereses del pueblo. A lo largo del debate en las dos cámaras hemos escuchado a muchos legisladores decir atrocidades, justificando su voto negativo con argumentos cargados de una absoluta ignorancia y estigmatización. Ese es el valor que le dan a nuestras vidas. Valemos arreglos para las próximas elecciones, valemos un poquito más de recursos para tal o cual provincia, valemos la promesa de no tirarse muertos entre ellos durante la campaña 2019.
Tan importante es para el poder que las cosas sigan como están, que ante la posibilidad de desatar la reacción popular frente a ese Congreso vallado se aseguraron de filtrar por todos lados que estaban preparando un operativo policial para salir a cazar feministas cuando concluyera la votación. A la gran mayoría de la gente movilizada nos sacaron de las calles con miedo, para quienes se quedaron lo hicieron con represión y detenciones. Encontrarse de a tantas en las calles y en todos lados, entendernos poderosas y vernos unidas es hermoso pero no es suficiente. Los avances son enormes compañeras/es, pero siglos de opresión capitalista y patriarcal no van a desaparecer de un día para el otro.
Aún así no han logrado derrotarnos. Además del enojo, lo que quedó de todos estos últimos meses es un saldo organizativo altísimo. Seguimos verdes, no nos sacamos el pañuelo y estamos dispuestas a responder con más lucha. Esto recién empieza y muchos aún no lo quieren entender. Fantaseo con la imagen de la impresentable de Michetti, por ejemplo, y sus amigos conservadores festejando el 8A y pensando que todo terminó, que nos íbamos a dejar de joder. La pienso en su casa, con ropa cómoda y algo de beber, gritando el ¡vamos todavía! que tiró esa madrugada con el micrófono abierto. Inmediatamente imagino su cambio de expresión al saber de las apostasías colectivas. La pienso asustada, porque el “se va a caer” es más cierto que nunca y la incluye.
No ganamos el aborto legal, pero el 8A el sistema perdió un poquito de legitimidad y nuestra tarea es seguir profundizando esa herida con más lucha, organización y creación de poder popular y feminista.
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