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Foto del escritorRevista Resistencias

Latinoamérica rebelde y el tiempo por venir




Por Mariano Pacheco


Las rebeliones en Chile y Ecuador, la inminente derrota electoral del macrismo en Argentina y las persistencias de proyectos con vocación de cambios en Bolivia y Venezuela, pero también en México, Colombia y Brasil, dan cuenta de un proceso abierto en la región.


Decían los formalistos rusos que la función de la literatura era desautomatizar la mirada. ¿No podría pensarse lo mismo de la rebelión, respecto de la política, de la vida social de los pueblos?

Las revueltas en Ecuador y en Chile, y la persistencia tanto del proceso encabezado por Evo Morales en Bolivia como de la Revolución Bolivariana en Venezuela permiten, junto con la inminente derrota electoral de Macri en Argentina, pensar en nuevas posibilidades para el continente. Con menos bombos y platillos, pero con el valor de la tenaz persistencia, allí también están el Ejército de Liberación Nacional en Colombia, el zapatismo en México e incluso, en el corazón rebelde del Brasil fascista, el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, el MST.




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La revuelta abre una posibilidad colectiva de pensar y actuar en otra clave que la que propone el estado actual de la situación dominante dentro del Nuevo Orden Mundial. Como momento político permite interrumpir la temporalidad del consenso hegemónico, afirmar una potencia creativa que rara vez aparece cuando las cosas funcionan con normalidad.


La ocupación masiva de las calles permite no sólo trastocar el espacio, sino incluso el tiempo. Otra temporalidad funciona al interior de la rebelión. De allí lo impotente que resulte medir su eficacia por lo que pueda llegar a pasar después, sencillamente, porque el tiempo de la rebelión es el del ahora. Eso no quita que, al interior mismo de la crisis, comiencen –puedan comenzar– a elaborarse determinadas estrategias, que lejos de aspirar a un retorno a la normalidad, asuman que a todo trastocamiento le sigue un cierto orden, que no tiene por qué –no debería necesariamente tener que ser– una vuelta al estado anterior de cosas.


¿Cómo hacer –o retomando la pregunta más clásicamente leninista, podríamos decir: ¿qué hacer?– para que ese estado de excepción que producen las subjetividades de la crisis –como señala Diego Sztulwark en su libro Ofensiva sensible— se extienda, no se limite sólo a momentos puntuales o espacios claramente delimitados? Nuestra América suele expresarse más o menos en dinámica regional. Así fue el ciclo de luchas autónomas, que se abre en 1994 con el zapatismo y el ciclo de gobiernos progresistas que se inaugura entre 2003 y 2005, así como lo fue la ofensiva conservadora de los últimos cuatro o cinco años.


Hoy los procesos son dispares, van de la ofensiva callejera con posibilidades de insurrección hasta la expresión popular de la bronca por la vía electoral, pasando por la defensa (vía lucha armada y de autoorganización de masas, según los casos) de territorios concretos. Lejos de contraponer habría que pensar en una dinámica de conjunción de tácticas, pero en una elaboración más estratégica de conjunto, si asumimos que las resistencias, que los procesos de creatividad desde abajo y las disputas en los estados se libran todas al interior de un complejo entramado mundial regido por la lógica globalizadora del capital.


Las crisis dan siempre que pensar –escribió alguna vez el viejo Rodolfo Kusch–. Son en el fondo fecundas porque siempre vislumbran un nuevo modo de concebir lo que nos pasa. Irrumpe una nueva, o mejor, una muy antigua verdad».


Esa verdad que late desde el fondo ancestral de la tierra nuestramericana, y las verdades que seamos capaces de imponer en estos nuevos tiempos darán nuevos resultados si somos capaces de ampliar la imaginación política, y permitirnos ir más allá de lo que hoy se nos presenta como posible.




Foto Portada: Susana Hidalgo


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