Por Marcelo Langieri
A propósito de las declaraciones de Juan Grabois sobre una hipotética reforma agraria, idea formulada con cierta ligereza, además de generar una catarata de aclaraciones de “los amigos” que vieron en estas declaraciones la punta de un iceberg de una contraofensiva ideológica del macrismo, puede resultar de interés ir más allá de la letra e intentar interpretar los posibles sentidos de estas expresiones en una sociedad donde los discursos políticos, conmovidos legítimamente con el agravamiento de las situaciones de pobreza e indigencia, poco o nada dicen sobre la profunda y creciente desigualdad que impera en nuestro país. Así, la mirada sobre la pobreza no encuentra una explicación en la desigualdad estructural que se profundiza y que dramatiza el cuadro de pobreza a través de una economía de penuria que alcanza a amplísimos sectores de nuestra sociedad.
Los comentarios de Grabois, más allá de la oportunidad o de su corrección política, tienen el valor de plantear un problema muy profundo, como es el reparto de la torta en nuestra sociedad en un momento donde lo urgente, el hambre, que golpea la puerta de millones de compatriotas, requiere una respuesta eficaz e inmediata que lo resuelva. Pero el imprescindible combate al hambre no puede ser el objetivo estratégico de un proyecto popular sino un punto de partida básico y elemental de cuya atención y resolución inmediata depende cualquier proyecto colectivo que tenga a la inclusión social como uno de sus principios elementales y a la justicia social como un paradigma irrenunciable y perentorio.
En este marco, la idea formulada, que se relaciona directamente con la distribución justa y equitativa de la riqueza, es un aspecto prioritario en un país que funda una parte fundamental de sus riquezas en el sector agrario. Sector que explica centralmente las exportaciones y la generación de divisas, fundamentales para el financiamiento de un proyecto de nación. Discutir la cuestión agraria y la distribución de la riqueza resulta central más allá de una formulación, que podría señalarse como tributaria de ciertos preconceptos, aunque fundados en la tradición del peronismo, que no se corresponden estrictamente con la estructura agraria presente donde la principal acumulación de capital no está en la propiedad de la tierra sino en los grandes pooles de siembra, un sistema de producción agraria caracterizado por el papel determinante jugado por el capital financiero y la organización de un sistema empresarial que asume el control de la producción agropecuaria mediante el arrendamiento de grandes extensiones de tierra, y la contratación de equipos de siembra, fumigación, cosecha y transporte, con el fin de generar economías de escala y altos rendimientos.
Las declaraciones de Grabois, más allá de cualquier “imprudencia”, aunque la historia del peronismo y de las conquistas populares más significativas nunca haya sido escritas de la mano de los prudentes, dejan en claro que estas declaraciones son leidas mayoritariamente en modo “no hagan olas que vamos ganando”. Se puede suponer también que preanuncian una línea de acción frente a los hechos por venir por parte de amplios sectores que han hecho históricamente de la “prudencia” un estilo político.
Las interpretaciones literales dificilmente resulten productivas. En un marco como el presente pensar cómo se va a financiar un programa popular puede caer con facilidad en una posición política inconveniente. Pero lo verdaderamente difícil y poco conveniente resulta pensar un proyecto popular sin las “incorrecciones” políticas que son las únicas que cambian la historia.
Las analogías sirven para comprender y explicar la realidad y para ubicar a los actores y posiciones que de algún modo se repiten frente a acontecimientos diferentes. Así los prudentes aparecen en todas las épocas. Viene a cuento una historia de los años ’70 cuando en un discurso Rodolfo Galimberti, entonces representante juvenil del peronismo, hizo mención a las milicias populares, custión que generó un gran escándalo y desembocó en su desplazamiento al frente de la rama juvenil del Peronismo, como parte de lo que sería una ofensiva contra la izquierda peronista representada principalmente en Montoneros. La reivindicación de las milicias podía interpretarse como una irresponsabilidad, si se la interpretaba literlamente, y las voces que se elevaban, no sin oportunismo, así lo reflejaban. Sin embargo, desde un lugar insospechado se alzó la voz de Juan Carlos Portantiero, uno de los intelectuales más destacados de entonces, quien respaldó a Galimba en una nota en el diario La Opinión señalando que éste “no habló de las milicias armadas sino de promover formas de organización -milicias, brigadas o como se llamen- tendientes a encuadrar una movilización generalizada de la juventud a favor de determinados objetivos políticos.” Y, señalaba, “eso no viola ninguna norma legal existente”.
Estas palabras no defendían un posible exabrupto, defendían lúcidamente un proceso de movilización y transformación de la realidad que se debatía en un proceso de ardua lucha política. También la historia se repite como creación y reafirmación de valores y objetivos aunque el andar no esté exento de tropiezos.
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