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Foto del escritorRevista Resistencias

G20: la disputa por el futuro, en un foro “no vinculante”



Por Carlos R. Martínez

Este fin de semana la Ciudad de Buenos Aires fue escenario del G20 “Foro Internacional para la Cooperación Económica, Financiera y Política” Donde participan desde el año 2008 los países que producen el 80 por ciento de la economía y gobiernan al 60 por ciento de la población mundial. Es decir, son los encuentros anuales de los dueños económicos del planeta.


Generalmente en este tipo de eventos hay un análisis para los círculos de poder y otro para el pueblo, “la gilada”, proponiéndonos mirar las formas y no los contenidos. Es ahí donde nos quieren mostrar cómo se saludaron o se miraron, la ropa que usaban, si era acorde a la reunión, la cantidad de minutos que estuvieron reunidos, los peinados de las “primeras damas”, teniendo como resultado un curso acelerado de protocolo, para comprender cómo viven los ricos y sus gerentes, o la emoción de Macri en el Teatro Colón, ante la consigna vivada por artistas pagos (¡¡Argentina, Argentina!!), y su impotencia de no lograr que el pueblo lo aclame épicamente a él, o a sus políticas.



Para qué se reunieron.


El lema para este G20 fue “Construyendo consenso para un Desarrollo Equitativo y Sostenible”. Dijeron reunirse para adoptar “… decisiones orientadas al fortalecimiento de la economía mundial…”, para impulsar “…medidas vinculadas a la problemática de la inserción al mercado laboral y a la mejora del bienestar de la población”. Toman decisiones sin espacios para que participe la sociedad civil y los que deciden son justamente los creadores de la mayor crisis política, económica social, ambiental y militar de la humanidad. No está de más recordar que la primera reunión en el 2008 del G20 fue resultado de una de las peores crisis económicas del capitalismo al explotar la burbuja inmobiliaria (“timba o bicicleta financiera”), que impactó en los mercados del planeta y generó crisis monetaria global.


Los temas preocupantes son siempre sus propios intereses, no los de sus pueblos. ¿Qué pueden debatir y acordar entre 35 jefes de estado (veinte que forman el G20 y quince invitados), junto con más de 7000 empresarios y funcionarios? Sus decisiones ¿a quiénes beneficiarán? Lo que está en debate entre los poderosos es flexibilizar las condiciones de trabajo y bajar los salarios con la finalidad de lograr mayor rentabilidad. Mejorar el “clima de negocios” referido a la privatización de la vida de los pueblos. Como ya aclaró el negociador argentino; “…no es el espacio para discutir sobre derechos humanos, ya que existen otros foros para hacerlo”. En síntesis se definen políticas que involucran a los habitantes del planeta sin abordar el impacto en sus derechos.


Tratan reiteradamente en cada encuentro temas como el cambio y sustentabilidad climática, las emisiones de carbono, las políticas proteccionistas que atentan contra principios del libre mercado, los subsidios agrícolas, sobre empleo, educación, salud, agricultura, economía digital. Dicen buscar desarrollar el multilateralismo, es decir, la actividad conjunta de varios países para negociar con otro país más poderoso. Sin embargo, y a pesar de todo esto, lo sorprendente es que nada de lo que se acuerda en los documentos es jurídicamente vinculante; nadie está obligado a nada.


De los veinte países, solo uno no estaba dispuesto a acordar medidas de protección respecto al calentamiento global. Se trata de EEUU, el mayor emisor de gases de efecto invernadero. En el documento final se acordó una terminología ambigua al reemplazar el concepto de “efecto invernadero” por el de “sustentabilidad climática”, ocultando la crisis que significa esto para la humanidad. Conclusión enuncian el cuidado por los recursos naturales y el cambio climático, cuando todos esos gobiernos son impulsores del desastre ecológico. Paradojalmente EEUU al no firmar los acuerdos es el único malo de esta película.


Con respecto a la falsa opción libre comercio-proteccionismo se desenmascaró la realidad de las potencias mundiales. Que proponen el libre comercio donde son fuertes y competitivos, y proteccionismo para preservar sus propias debilidades productivas a partir de la presencia del Estado. Mostrando que los estadistas del capitalismo no son extremistas neoliberales, no; esas conductas son reservadas para sus seguidores, como el gobierno argentino.


Mientras tanto también están en juego sus propias hegemonías. EEUU se presenta como la moral del planeta y ellos son los que deben defender los valores de “la libertad”. Es su forma de afirmar que son los propietarios del orden mundial que rige las relaciones económicas, políticas y militares del planeta. Este orden se sostuvo a partir de un control mutuo entre determinados estados, donde no se aceptaba que ninguno con su crecimiento y expansión atentara sobre la seguridad y existencia de otro. Sin duda, ese acuerdo no incluye a Medio Oriente: Palestina, Libia, Irak, Afganistán, Siria, y Ucrania o Serbia, que no dejan de ser territorios en disputa de las grandes potencias. Sin embargo, este esquema se está modificando, a partir de jugadores que buscan disputar la hegemonía, como India, Rusia y China (estos dos últimos, más allá de los cambios de signo ideológico, nunca dejaron de tener ambiciones expansionistas) quienes amenazan el orden mundial establecido por su sola presencia.



El gobierno argentino y la búsqueda de su propio relato.


Macri afirmó que “Cuanto más se desarrolle China, mejor le irá a la Argentina”, no es la primera vez que un gobierno argentino espera que la economía crezca como resultado de las políticas y fortalezas de otro país. Intentará mostrar, por un lado, los acuerdos con China como un logro del Foro, cuando en realidad es el resultado de negociaciones previas, que se podrían haber firmado hace más de dos años, siendo el obstáculo la oposición de Trump, y que ahora “venden” como el resultado de estos dos días, y disimular el veto oculto de EEUU a las centrales nucleares que Rusia y China intentaban construir en nuestro país.


También intentará mostrar, que cumple con los acuerdos enunciados que van de la mano con las demandas del FMI: cuando asumió la presidencia pro-tempore del G20 a principios de diciembre 2017, y ante la pérdida de protagonismo político de Brasil, se ilusionó en poder ocupar el liderazgo, y ser el portavoz de los intereses y las políticas neoliberales y antipopulares de la región. Fue por eso que desde los recortes en salud, educación y previsión, aumentos de la comida y tarifas, el recorte de salarios, la reducción de puestos de trabajo públicos y privados, hasta la apertura indiscriminada de las importaciones, más allá de sus creencias neoliberales, no dejaron de ser sobreactuaciones en un contexto global donde otros gobiernos de igual signo protegen sus economías.


Llegaron creídos que eran la continuidad de la generación del ochenta, del relato de un imperio que nunca existió. Quisieron constituirse como una élite de signo conservador liberal, que sostuviera una idea de progreso de clase, para lo cual era necesario a partir de los logros económicos despejar los obstáculos de naturaleza política (el pueblo, el peronismo, sindicalismo, los pobres, los profesionales, pequeños comerciantes y empresarios, todos actores que “vivían del estado”) y producir un cambio cultural. El fracaso de logros económicos obturó esa ilusión, y ahí salió la cara oculta tras la máscara de la revolución de la alegría; el desprecio y represión.



Para los pueblos el futuro sí es vinculante.


Sin duda los pueblos transitan otros caminos que no llevan a Costa Salguero o el Teatro Colón. Algunos saben y otros intuyen que “otro país es posible” y que ante las crisis hay otra salida, ya que son los ricos los que tienen más capacidad para hacer esfuerzos económicos. Para lo cual es necesario definir prioridades operativas.


Dejar en claro la urgencia de la organización y movilización popular, que en caso del repudio al G20, sorprendentemente brilló por su ausencia la mayoría de los partidos con representación parlamentaria y el sindicalismo “opositor”. La necesidad del surgimiento de nuevos liderazgos de clase de las generación sub 30-40, que encarnen las necesidades y luchas dentro del marco del antimperialismo y anticapitalismo con la finalidad de luchar por el poder y conquistarlo. Es esta la mejor manera de plasmar en la práctica las remeras, banderas y consignas que reivindican al Che, Chávez, o los compañeros que lucharon en los años 70.


Pero otra condición necesaria es cambiar el marco de la discusión. Para ello, es indispensable la desnaturalización de algunas ideas, adversas para los pueblos, en especial si se creen que son ciertas. Que “siempre hubo pobres”, que “los recursos son escasos”, que “la plata no alcanza”, y que “este es el camino que eligieron los argentinos”, Estas son frases que configuran un marco desde donde el capitalismo quiere establecer los debates y las formas para mostrar que no hay otro camino. Sin duda el problema no es de ausencia de recursos económicos, es cómo se distribuye la riqueza. Si logramos producir ese cambio en nuestro pensamiento, estaremos produciendo el cambio cultural necesario para tener la certeza que otro país es posible.


En ese sentido, es preciso dejar de analizar la pobreza y sus causas y empezar a hablar, preguntarse y analizar la riqueza, la distribución, y el impacto en la economía del país. De este modo, la discusión puede empezar con un dato del ISEPCI, que informa que en el año 2016, de “una jornada laboral de 8 horas, implica que los ocupados destinan casi 2 horas para producir el equivalente al valor de su salario, mientras las 6 horas restantes producen para generar el excedente que se lo apropia el empresario.


Si leemos que cien familias concentran más del 10% de la riqueza del país y que el 60% la tiene depositada fuera del país, no nos dice mucho. Pero si sabemos que las primeras 40 familias tiene entre 10.000 a 500 millones de dólares, le da un sentido diferente. La revista Forbes, que se dedica a analizar el mundo de los negocios y los empresarios, afirma que los diez hombres más ricos de Argentina poseen más de 20 billones de dólares.


Nuestro país es rico, lo que está en discusión y disputa es cómo se distribuye la riqueza, si dudamos en esta afirmación ya tenemos la discusión perdida.




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