Crónicas Cubanas
Por Mariano Pacheco, desde La Habana, Cuba.
En el 60 aniversario de la institución fundada por Haydée Santamaría.
Las palmeras parecen que van a salir volando. La lluvia cae torrencial sobre La Hababa y el viento hace que las gotas castiguen los rostros humedecidos de los asistentes. De espaldas al Malecón y con una enorme bandera cubana proyectada sobre una pantalla montada arriba de su cabeza, Silvio Rodríguez dice: "Son bravos ustedes". La multitud estalla en gritos.
Pasa alrededor de una hora y si bien mucha gente se ha ido, o escucha refugiada debajo de algún techo que encuentra a lo largo de la Avenida G, una masa crítica de escuchas permanece estoica plantada en la esquina emblemática del Vedado, adelante del escenario, soportando la tormenta con paraguas, capuchas de buzos o camperas, bolsas de nylon, gorras o la simple voluntad de persistir allí, en esa fiesta popular que se entremzcla con bailes, aplauzos y unos cuantos "hhhhhuuuu" que pueden escucharse al final de cada canción.
El motivo del encuentro: escuchar al maestro de la trova cubana, quien realizó allí otro mas de los conciertos gratuitos (el 101) de la "Gira por los barrios" que comenzó en 2011 (esta vez, solicitando la donación de libros infantiles). Este viernes, además, el concierto conmemoró el 60 aniversario de la fundación de Casa de las Américas, la institución impulsada en los momentos iniciales de la Revolución por Haydée Santamaría (revolucionaria cubana cuyo hermano, Abel, murió durante el ataque al cuartel Moncada), hoy dirigida por Roberto Fernández Retamar.
Sólo por unos minutos la lluvia amaina en la esquina de Tercera y Avenida de los Presidentes, pero enseguida retorna con mas fuerza. Pasada ya una hora de conciento, entre agua y viento, Silvio dice que ha llegado el final. La multitud corea el clásico "otra/otraaa" y el cantautor replica: "hemos traído estos equipos de cuatro países diferentes para poder hacer también los conciertos en los barrios. Ya hay problemas técnicos y corren riesgo los equipos. Tenemos que cuidar lo que tenemos, por poquito o mucho que sea lo tenemos que cuidar igual. ¿O no, Presidente? Es responsabilidad nuestra, pero suya también, así que vamos a tocar una canción más y nos vamos".
La multitud aplaude, grita, ovaciona. El coro es unanime: "El/ ne/ cio/ El ne/ cio/ El/ ne/ cio....".
"Siempre que se hace una historia..."
Silvio finaliza la canción y nombra a Santamaría, mientras mira el edificio de Casa de las Américas y los aplausos se incrementan. Demasiada historias de luchas y de sueños se concentra en esa esquina, en esos nombres.
"Iba matando canallas, con su cañón de futuro... oooo".
La despedida fue por partida doble ("Caminando fui lo que fui") pero como si la captación del artista de esa voluntad de pernanecer en el lugar, de cantar y bailar, aplaudir y gritar por parte de la multitid lo llevaran a aceptar el desafío, interpreta una canción más.
Hace años que no escuchaba Silvio Rodríguez; creo que la última vez que lo vi fue el 25 de mayo de 2004, cuando el gobierno de Néstor Kirchner organizó un festival en la Plaza de Mayo pata festejar su primeraño de gestión. Yo, sin ser kirchnerista recuerdo haberme dicho: "¡Silvio gratis en Buenos Aires no me lo pierdo ni loco!". Algo similar sucedió ésta vez en La Habana, y más en un aniverssrio como éste. Por más que aun siga siendo el punk el ritmo que más moviliza mis sentimientos, no puedo negar que algo relacionado con la mística aconteció en esta noche del viernes 26 de abril de 2019. Silvio cantaba y se me venían a la cabeza los momentos en que comencé a escucharlo, de pibito (15, acaso 16 años), cuando comencé la militancia y, como cada militante --supongo-- descubrí un mundo; entre otros, musical: Víctor Jara; Los Olimareños; Quilapayum; Zitarrosa; Pablo Milanés; Violeta Parra... Y por supuesto: Silvio Rodríguez.
Recordé esa mística resistente de los años noventa, miré a mi alrededor y me alegré de observar que, además de personas de mi edad y unos cuantos veteranos, estaba lleno de pibes, de pibas.
Recordé entonces a mis compañeras y compañeros de militancia de entonces, las juntadas por la noche entre los más jóvenes, las guitarreadas....
Recordé entonces las charlas con mi viejo, su poster del Che pegado en su ropero (del lado de adentro de la puerta), los libros que leí de la biblioteca de casa (ya entonces vivía con él) tras su regreso de Cuba...
Recordé esa mística resistente de los años noventa, miré a mi alrededor y me alegré de observar que, además de personas de mi edad y unos cuantos veteranos, estaba lleno de pibes, de pibas, que agitaban esas canciones con toda la fuerza de la juventud. "Ojalá esa transmisión intergeneracional se sostenga, se multiplique, trascienda las fronteras cubanas", pienso mientras termina el bis de la canción de despedida. "Ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta. Ojalá..."
La estrofa no la recuerdo, ni la tarareo en voz baja sino que me sorprende, mientras pienso bajo la lluvia, mirando el escenario; me sorprende en voz de una multitud que tapa incluso la voz de Silvio. Tirité un poco, ya no se si de frío o emoción; me quedo sin palabras. En ese instante todo se parecía a la felicidad.
Mariano Pacheco, escritor, periodista e investigador. Nacido y criado en la Zona Sur del Conurbano Bonaerense. Actualmente radicado en Córdoba.
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