Por Carlos Aznárez*
Mauricio Macri ha sido para este país como un huracán maligno, esos que arrasan pueblos, destruyen todo lo que hay a su paso y generan una sensación mezcla de impotencia y rabia. Miles de empleos perdidos, conquistas históricas de las y los trabajadores anuladas, hambre y carencias como en las peores épocas, mucha desolación en los barrios más pobres y en no pocos de la clase media. Pero también, este tiempo de muchas tristezas y poquitas alegrías, trajo aparejado presos políticos. Es precisamente este tema del que habla esta crónica de urgencia, ya que en la tarde de este jueves fuimos, junto al Secretario de Derechos Humanos de ATE Nacional, Héctor Carrica, a visitar a ese luchador social que es Luis D’Elía.
A pocos días de cumplir ocho meses de injusta prisión, D’Elía sabe que está allí, en esa celda del Penal de Ezeiza, producto de una política revanchista que el actual gobierno ha aplicado en muchos otros casos, pero que con Luis muestra un ensañamiento implacable, obsesivo. Gorila, para decirlo más claro. Una forma de aplicar “justicia” para que muchos dejemos de creer en la justicia por ser una pieza fundamental del poder de turno, lo mismo que ocurre con el recientemente liberado militante Fernando Esteche y con la luchadora social Milagro Salas.
Luis está lógicamente cabreado por saber que lo que se ha hecho con él es una infamia, pero ciertamente esperanzado porque piensa que ya falta poco para que las cosas cambien de rumbo y el causante de tantos males quede al margen, como un mal recuerdo.
Nos cuenta de las dificultades que hay en el penal con el agua que no es potable porque está contaminada, pero no se queja, ni tampoco de otros padecimientos por los que se pasa en la cárcel. Su rostro se ilumina cuando habla de sus compañeros y compañeras del partido Miles, de sus vecinos y de la lucha que se está dando en los pueblos del continente, haciendo hincapié en la patriada chilena, pasando por la victoria de Evo y la enorme resistencia bolivariana de Venezuela.
A la media hora de estar charlando, mate por medio cebado por tan particular anfitrión, ya nos dimos cuenta del enorme carisma que tiene entre los presos (todo preso es político, pienso), que lo saludan, lo abrazan, lo consultan, le comentan con ironía que “el domingo festejamos”, refiriéndose a la segura derrota de Macri. “Aquí todos apoyan a Alberto y Cristina”, dice, mientras susurrando, con rostro pícaro, da la clave: “días atrás nos unimos todos cantando la marcha peronista, ponele la firma, en el Penal ganamos con el 90% de los votos, y no te digo lo que va ser afuera…”
Si hay algo que caracterizó a D’Elía es su estilo de decir las cosas por su nombre, sin pelos en la lengua, hablando muchas veces para expresar opiniones que otros piensan pero no se animan a formular. Esto, ya sabemos, le hizo ganar enemigos entre los que son enemigos del pueblo y también entre los que se dicen “de este lado” pero que especulan con sus dichos y también con su accionar. Por eso, más allá de coincidir o no con el “pensamiento D’Elía”, uno sabe que ese hombre que carga varias enfermedades encima y hasta un marcapasos, que fue uno de los puntales fundacionales de la lucha piquetera, se la banca, sabe cantar verdades y molesta mucho al sistema y a los alcahuetes del mismo.
No sé que tiene pensado el próximo presidente sobre el tema de los presos políticos, pero queda claro que Luis no va a rogar nada ni a mendigar perdón por haber hecho lo que tenía que hacer en el momento justo. A él lo condenaron por tener principios y llevarlos a la práctica hasta las últimas circunstancias. Me refiero cuando junto con otros compañeros y vecinos del barrio de La Boca, crispados hasta las lágrimas por haber visto el cuerpo rociado de balas del dirigente social Martín “Oso” Cisneros (asesinado por un diller de la droga protegido por la policía) se dirigieron a la comisaría de la zona, entraron a la misma y con lógica vehemencia exigieron que se detenga al autor del crimen. Después vino la guerra mediática, el montaje de jueces y fiscales y una sentencia injusta por donde se la mire. Por eso Luis sabe muy bien que a él lo tomaron de ejemplo para disciplinar, pero no deja de pensar con cierta satisfacción que este tipo de gobiernos, el de Macri, Piñera o Bolsonaro, son como los milicos, se creen inamovibles en su impunidad, pero les está llegando la hora, uno a uno.
Luis, como agudo observador de la coyuntura sabe también que no hay que cantar victoria antes de tiempo pero está convencido que empiezan a soplar mejores vientos para los pueblos. Y que hay que aprovecharlos. “Es necesario unir a todo el campo popular para pelear contra nuestros enemigos”, subraya al despedirnos con un fuerte abrazo.
Nos vamos de Ezeiza sabiendo que D’Elía está preso por luchar y que se hace necesario que esa agonía que significa no estar en la calle, con su gente, debe terminar pronto. Sin excusas de ningún tipo, o como dicen los compañeres: ni un día del nuevo gobierno con presos políticos. Esperemos que sea así y que paguen sus culpas los traidores y devastadores de un país que no los merece.
*Director Resumen Latinoamericano
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