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Foto del escritorRevista Resistencias

En Bolivia como en Palestina





Por Carlos Aznárez


Bolivia se está pareciendo a Palestina. Por muchas razones que es importante enumerar a la hora de chocar con el horror de la instalación de una dictadura brutal en Sudamérica.

Por un lado se trata de dos pueblos originarios que no solo enfrentan a un enemigo implacable sino que dentro de las armas más letales que este utiliza está también el factor religioso. En nombre de una versión difamatoria y enfermiza del verdadero cristianismo, la oligarquía boliviana se autoreferencia, como el nazismo, en “la pureza racial”, utiliza la biblia y todos su derivados, incluído el lavado de cerebro que aplican la mayoría de la iglesias pentecostales para cooptar a las capas más pobres de nuestras sociedades y a las distintas y numerosas etnias originarias a los que considera seres inferiores. Si estas argucias no funcionaran, como plan B se les demuestra el odio, la burla procaz y se los trata de humillar y empequeñecer en cada circunstancia, destruyendo los símbolos más preciados de su identidad. Quemar wiphalas, despreciar a las mujeres bolivianas «de pollera» o maldecir a los indígenas como han hecho Camacho, Mesa y la presidenta de facto son elementos concretos de ese castigo al diferente. Con esa misma tesitura, el judaísmo sionista esgrime contra el pueblo palestino la idea del etnocidio, en nombre de una mentirosa lectura de la historia donde se omiten los datos fundamentales para disimular que cuando los invasores llegaron, los invadidos ya hacía siglos que se aferraban a su territorio, con la misma fuerza que en el presente. La entidad sionista es, como la oligarquía apátrida boliviana, racista y violenta, una en nombre de Jehová y otra utilizando a un Dios inventado para justificar sus crímenes.


Esta dictadura boliviana de hoy, que ordena a sus militares y policías reprimir al pueblo indígena-campesino, obrero y estudiantil como en las más siniestras jornadas de la década latinoamericana de los 60-70, baleando desde helicópteros o tanquetas, torturando y asesinando, tiene además un odio de clase contra quienes gracias a un gobierno popular y revolucionario pudieron sentirse por primera vez incluidos, tratados como iguales, empoderados y hermanados con el resto de la población.

En Palestina, el ocupante no solo se apodera de territorios, expulsando a los habitantes nativos, demoliendo sus viviendas y destruyendo sus cultivos, sino que también manifiesta un profundo odio hacia quienes, a pesar de las continuas persecuciones y masacres, mantienen un perfil de resistencia política y sobre todo cultural. Los ocupantes actúan como clase opresora, siendo en realidad una elite de nuevos ricos nutridos de riquezas surgidas del sostén que otros como ellos envían desde la diáspora. El objetivo de estos aportes voluntarios y a veces bajo presión, pasa por lograr, entre otros proyectos de opulencia económica, engrasar la maquinaria que ejecuta el saqueo continuo de Palestina y a través de un gigantesco aparato bélico, militarizar ese territorio para hostigar desde allí al resto del mundo árabe.


Por otro lado, qué decir de las resistencias al opresor cuando todos los días estamos viendo en la Bolivia de Tupaj Katari, Bartolina Sisa y Evo Morales, escenas heroicas en que las masas orientadas por sus organizaciones naturales utilizan todos los métodos de lucha, pero haciendo recaer el peso principal en la resistencia pacífica a la que están acostumbrados desde hace siglos los pueblos indígenas. Un aspecto importante de esta estrategia es el bloqueo de las grandes ciudades para hacer sentir el peso superlativo que tienen aquellos que siembran, producen alimentos, los manufacturan y los distribuyen. O generan a la vez movilizaciones masivas, ocupando las calles, las carreteras, los diversos territorios, exigiendo que caigan aquellos que nadie eligió y vuelva a gobernar el hombre que socializó el liderazgo con sus compañeros de tantas contiendas. La respuesta de los parásitos de la burguesía y las clases acomodadas ante el menor atisbo de desabastecimiento consiste en ordenar a sus perros uniformados que salgan de cacería.

Al igual que en Bolivia, el pueblo palestino no ha dejado de luchar y movilizarse ni un día, desde que se produjo, hace más de siete décadas, la ocupación y la Naqba (catástrofe) que esta trajo aparejada, y en ese sentido las pacíficas “marchas del retorno” que desde hace más de un año protagoniza el pueblo de Gaza o las continuas acciones de protesta y resistencia en Cisjordania, se convierten en hitos de reivindicación territorial donde se muestra la heroicidad de sus protagonistas, enfrentando con piedras a francotiradores fuertemente armados en Palestina, o a policías y militares enceguecidos por el odio, gasificando hasta la asfixia a hombres, mujeres y niños, o ametrallándolos a mansalva, en El Alto boliviano o en Cochabamba. En ambas confrontaciones, símbolos identitarios como la multicolor wiphala de los pueblos originarios de Abya Yala o la cuatricolor insignia palestina, son levantadas con orgullo por quienes saben que las dos sintetizan mucho más que un estandarte, al que hay que defender con la vida si es preciso.

Por último, un apartado sobre cómo reacciona el mundo frente a estos etnocidios. Los gobiernos, casi todos, con la excepción de los revolucionarios de Cuba y Venezuela (a la que se suman, sobre todo en el caso boliviano, México, Nicaragua, Uruguay, el futuro gobierno argentino y países del Tercer Mundo) callan o cierran filas apoyando a los asesinos.


En el campo de la intelectualidad internacional, frente a conflictos de tal magnitud como los que hoy ocurren en Latinoamérica y Medio Oriente hay también dos expresiones diferenciadas. Una franja importante que está alineada junto a las revoluciones bolivariana y cubana que tiene claro quién es el enemigo principal, no dudan de manifestar su apoyo por ambos pueblos a los que se intenta sojuzgar. Sin embargo, lamentablemente hay algunas expresiones disonantes. Son las de aquellos y aquellas que están al acecho para marcar y remarcar qué es lo malo que han hecho los liderazgos o los pueblos, y se lanzan con todo a la crítica corrosiva. Son los y las que no emplean la misma potencia, para en medio de una masacre allá o aquí, denunciar y enfrentar con la misma fuerza a los criminales ligados al Imperio. Lo vimos en más de una ocasión en Palestina, cuando cansados de poner la otra mejilla, hubo y hay sectores de la resistencia que se decidieron a combinar los métodos pacíficos de lucha con la violencia revolucionaria. Enseguida se escucharon las voces de los eternos “bien pensantes” (muchos confesos «progresistas» o de «izquierda») que salieron a pontificar: “así no se hace”, “esto le hace el juego al enemigo”. Y sin más, siguieron o siguen dictando conferencias en tal o cual universidad, mientras los y las que por suerte no los escuchan, se entregan por completo a defender sus territorios.

Ahora, en Bolivia ocurre lo mismo, esta intelectualidad que se dice “compañera” o incluso “antiimperialista”, está muy preocupada por descubrir la «magnitud» de los «errores» de Evo Morales (como tiempo atrás los de Maduro) y lo hacen, otra vez desde la comodidad, en medio de la atroz y sangrienta ofensiva de quienes derrocaron a Evo no por sus errores sino por sus miles de aciertos y que ahora tratan de retrotraer al pueblo boliviano a la Edad Media. Lástima que ni siquiera en momentos tan límites, donde el Imperio, el capital y el patriarcado están de un lado y los que lo desafían del otro, se puedan cerrar filas para dar una respuesta de sentido común ante semejantes enemigos. Pero como no son tiempos de discursos, consejos o actitudes omnipotentes sino de acción y solidaridad concreta, nosotres a lo nuestro y los y las que no lo entienden irán quedando en el camino.*


*Resumen Latinoamericano #Analisis

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