Por Mariano Pacheco
“¿Nada nuevo bajo el sol?. Tal vez ese podría ser el título de la crónica del día después de las elecciones provinciales en Córdoba. Al domingo a la noche, con ya un gran porcentaje de urnas escrutadas, el cordobesismo se impone arrolladoramente tanto en la provincia como en la capital. He ahí, quizás, una de las variaciones de la constante del triunfo peronista que, con excepción de 2015 y 2017, se viene produciendo en la provincia desde hace veinte años, en donde el reparto de la capital para el radicalismo y la gobernación para la coalición hegemonizada por el justicialismo, fue norma.
CORDOBESISMO
Durante la larga “década ganada” el kirchnerismo osciló entre arribar a acuerdos con el poder peronista local (apoyo a Juan Schiaretti cuando “le robaron” la elección al “progresista” Luis Juez en 2007; retiro de lista de diputados por parte de José Manuel De La Sota en 2011) o intentar poner en pie una escuálida fuerza progresista al margen del peronismo realmente existente (la ex decana universitaria Carolina Scotto a la cabeza de la lista de diputados nacionales del Frente para la Victoria en 2013, quien cosechó alrededor del 15% de los votos; Eduardo Accastello encabezando la lista a gobernador por fuera de Unión por Córdoba en 2015 o el dirigente universitario Pablo Carro en 2017, quién obtuvo menos del 10% de los votos en la también lista de diputados nacionales al frente de la lista de Unidad ciudadana), opciones que el kirchnerismo descartó este año, en una maniobra “kamikaze” que implicó lanzar nuevamente la candidatura de Carro, para bajarla a las 48 horas con un simple anuncio del candidato por la red social twitter sin previo debate en las filas de sus militancias y sin arribar a algún tipo de acuerdo con el peronismo local, quien rápidamente salió a desmarcarse, y declarar que, con el kirchnerismo, “na que ver”.
Movimientos de piezas gestaron un reacomodamiento en las posiciones de las militancias cordobesas y profundos debates en torno a lo que pasa en el país, la importancia de Córdoba para la Argentina y el futuro próximo que se avecina de cara a la contienda electoral de octubre.
En el medio se movió el mapa, tanto a nivel nacional (triunfo de Cambiemos, arrollador en Córdoba en 2015 y 2017) como provincial: el Frente Cívico terminó fracturado y con algunos de sus referentes en el kirchnerismo (LIliana Montero) y su principal mentor, Luis Juez, como funcionario de la coalición neoliberal que gobierna la Argentina (embajador en Ecuador); el kirchnerismo fracturado, con algunos de sus referentes sin saber muy bien qué hacer (Checha Merchán y el Frente Patria Grande negándose a votar a Schiaretti), otros haciendo malabares (La Cámpora expresando a través de su vocera Gabriel Estévez que no eran schiaretistas pero llamaban a votarlo) y otros que ya directamente pasaron desde hace un tiempo a las filas del “delasotismo/schiaretismo”, como el ex secretario general del Movimiento Evita Ricardo Vissani y el ex secretario nacional de derechos humanos Martín Fresneda (el Movimiento Evita, ya sin Vissani, también forma parte de la coalisión gobernante).
Dichos movimientos de piezas gestaron un reacomodamiento en las posiciones de las militancias cordobesas y profundos debates en torno a lo que pasa en el país, la importancia de Córdoba para la Argentina y el futuro próximo que se avecina de cara a la contienda electoral de octubre.
UNA ECUACIÓN COMPLICADA
Juan Schiaretti fue reelegido como gobernador y las interpretaciones proliferan. Desde una mirada optimista, se dicen, hay tres factores por los que la militancia popular debería festejar este triunfo. En primer lugar, se logró impedir que Cambiemos se montara sobre el triunfo en Córdoba para plantear un “Cordobazo Neoliberal” como antesala de octubre. En segundo lugar, muerto De la Sota, el peronismo queda realineado tras la única jefatura de Schiaretti, más abierto (por tradición –proviene de la izquierda peronista– y por pragmatismo) a posicionarse en una línea más popular. En tercer lugar, Schiaretti (el “compañero Juan”) lleva adelante una gestión provincial con ribetes de peronismo clásico: lanzó el primer programa provincial de la economía popular en el país; sostiene programas sociales provinciales además de los nacionales, como el Programa Primer Paso, la Tarjeta Social para comprar alimentos; el Boleto Obrero Social, etcétera y sostiene ciertos aspectos progresistas en sus pronunciamientos sobre derechos humanos o en relación a determinados programas de formación docente.
Desde una perspectiva crítica, se sostiene, son tres los factores por los que la militancia popular no tiene nada que festejar con este triunfo. En primer lugar, se enfatiza el hecho de que Schiaretti ha sido el gobernador más amigo del presidente y se subraya que, incluso, en la interna Cambiemos, Macri prefería una reelección de “Juan” a un triunfo propio. En segundo lugar, se recuerda que Córdoba ha sido la segunda provincia del país con casos de gatillo fácil y que ha tenido que enfrentar intentos de aprobación de leyes regresivas como la Ley de bosques. Por último, se subraya que, en su “línea nacional”, el gobernador se ha mostrado más cerca de Pichetto y Urtubey que de Cristina Fernández.
¿LA HERENCIA DEL NAVARRAZO A LAS URNAS?
Los números pueden variar, pero en lo esencial rondarán en torno a los datos difundidos en la noche del domingo 12 de mayo: 60% para el peronismo; casi 20 para el Pro-Radicalismo (Negri/Juez, respaldados por Carrió); alrededor del 10% para el Radicalismo-Pro-Ruptura (El Pibe Mestre, más sólo que Ricardo Iorio el Día del amigo) y 3% para el Vecinalismo-Derechista-ProBizarro (García Elorrio). Es decir, que el 93% del electorado cordobés votó por el orden en sus versiones más conservadoras.
La izquierda trotkista se repartió un 4% entre el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (2,05%) y el MST (poco más del 1%). Totalmente ausente en el panorama electoral alguna otra izquierda, pongamos por caso, que reivindique la Revolución Cubana y la tradición guevarista, la Revolución Bolivariana de Venezuela y un cruce auspicioso entre izquierda, feminismo, peronismo y cristianismo de liberación.
La segunda provincia del país, epicentro de la Reforma Universitaria que en 1918 fue ejemplo de toda América Latina, atraviesa el 2019 en medio de dos aniversarios fundamentales para entender su historia: en mayo se cumplen 50 años de El Cordobazo, que tuvo a figuras como Agustín Tosco entre sus símbolos emblemáticos de combatividad y en febrero se conmemoraron 45 años del Navarrazo (golpe de Estado policial contra el gobierno popular de Ricardo Obregón Cano y Atilio López, en plena presidencia de Perón, quien entonces se limitó a expresar: “que los cordobeses se cocinen en su propia salsa”).
Si bien las luchas en defensa de los derechos humanos lograron movilizar miles de voluntades en estos años (por Santiago Maldonado; contra el 2×1 que promocionaba la impunidad de los genocidas), junto con una fuerte presencia del movimiento de mujeres en reclamo por la legalización del aborto; si bien las organizaciones de la economía popular logran mostrar una cuantiosa masividad en sus marchas y otras movilizaciones logran llenar de colores y rebeldías las grises calles de la ciudad (Coordinadora en Defensa del Bosque Nativo; Marcha de la gorra); más allá de determinados procesos de organización desde abajo que se producen en muchas barriadas de la capital y otros parajes del interior provincial, lo cierto es que en los momentos eleccionarios Córdoba muestra su rostro más descarnado: las sombras del Navarrazo (aquel adelanto del proceso de reorganización nacional que la última dictadura cívico-militar llevó adelante a través del terror para toda la Argentina) parecen no querer quedar atrás.
Mariano Pacheco, escritor, periodista e investigador. Nacido y criado en la Zona Sur del Conurbano Bonaerense. Actualmente radicado en Córdoba.
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