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Foto del escritorRevista Resistencias

Diez años de impunidad para Luciano Arruga



Por Leonardo Marcote


Un policía le ofrece a un grupo de chicos robar. Luciano Arruga es parte de esa barra de amigos que se juntaban todas las tardes en una plaza del barrio 12 de octubre, en Lomas del Mirador, partido de La Matanza. El policía, a cambio de robar para la Bonaerense, les promete zapatillas nuevas, ropa de marca, plata para ayudar a sus familias. Luciano se niega. El policía intenta convencerlo, le asegura zonas liberadas, armas, “garantías” de que nada le sucedería. Luciano se vuelve a negar y se va del lugar. Sin saberlo, esa negación fue una sentencia, una condena a muerte para Luciano. Pasaron varios días para que se anime a contárselo a Mónica Alegre, su mamá, y a Vanesa Orieta, su hermana. Tenía miedo de que les suceda algo a ellas y a sus dos hermanos, Sebastián y Mauro. Les cuenta lo ocurrido pero, para protegerlas, no les dice el nombre del policía que había intentado seducirlo para que robara. A partir de ese episodio, Luciano comenzó a hacer perseguido, amenazado constantemente. Vanesa lo cuida y no lo deja salir solo de noche. Luciano amaba a su hermana y sentía una gran admiración por ella, quería terminar el secundario para poder estudiar en la facultad igual que Vanesa.


Para hacerse de unos pesos salía a cartonear por el barrio. Ayudaba a su mamá a mantener la casa y se preocupaba porque nada les falte a sus dos hermanos. Su papá los había abandonado y Mónica tuvo que hacerse cargo de todo. En el barrio todos lo conocían, era un pibe carismático, alegre, hincha de River, le gustaba la música y tocar la guitarra. Un día, mientras empujaba su carro repleto de cartones, lo pararon y le apuntaron con una escopeta. “Quédate quieto negrito de mierda o te reviento el pecho de un escopetazo”, le dijeron. A partir de esa primera amenaza nada volvería a ser igual. No podía caminar por el centro de Lomas del Mirador porque los policías no se lo permitían. Lo paraban, le pegaban patadas. A la plaza de su barrio no podía ir, a bailar con sus amigos tampoco. Su vida comenzó a resumirse entre su casa y la de Vanesa.

El 22 de septiembre de 2008, a las siete de la mañana, un patrullero lo detiene y lo llevan al Destacamento de Lomas del Mirador. Lo acusan, falsamente, de haber robado un teléfono celular. Luciano pasó varias horas dentro del destacamento hasta que le avisaron a su familia. Cuando llegó Vanesa al lugar, cerca de las tres de la tarde, escuchó los gritos de Luciano. “Vanesa sácame de acá porque me están cagando a palos”. A las once de la noche lo dejaron libre. Luciano era menor de edad y estuvo casi 24 horas detenido en una comisaría.


Unas semanas más tarde hay un problema en el barrio y Luciano reconoce a uno de los policías que le había pegado. “Vení y pégame ahora”, le dijo. “Cállate negrito o te hago callar yo”, le respondió el policía amenazándolo. “Y que esperas vení y haceme callar. Sácate el arma, sácate la gorra, y vení a pegarme como lo hacías en el destacamento”, le contestó Luciano, con sus dieciséis años, mientras su mamá trataba de tranquilizarlo. “Ya te voy a encontrar solo en la calle”, le dijo el policía mientras se alejaba.


El 30 de enero de 2009, Luciano ayudó su mamá a lavar ropa y luego, para soportar el calor, salieron a la vereda a tomar mate. Le comentó que quería celebrar su cumpleaños y que tenía todo planeado. “Vos te vas a encargar de hacer las pizzas, a Vane le voy a pedir que me compre un cajón de cerveza, la tía que me regale la ropa, y la abuela las zapatillas”. Mónica riéndose le dijo, “vos vivís de las mujeres”. “Y bueno, cuando uno es lindo”, le respondió Luciano con una sonrisa. Por esos días tenía pensado retomar la escuela secundaria y estaba contento porque había conseguido trabajo en una fábrica de fundición. Iba a ganar unos pesos sin necesidad de salir con el carro y tendría más tiempo para practicar con su guitarra. Aprendía solo porque su familia no podía pagarle un profesor para que le enseñara. Se las rebuscaba preguntándole a algún vecino o tocando de oído, así se animo a tocar los primeros acordes de una canción de Los Redonditos de Ricota. Después de estar con su mamá, se fue a la plaza a encontrarse con sus amigos. Luciano volvió a su casa cerca de las nueve de la noche. Mónica se acostó, al rato Luciano se acercó hasta ella y Mónica, pensando que le iba a pedir plata para salir con sus amigos, se hizo la dormida. No le pidió nada, le dio un beso y salió.


La madrugada del 31 de enero de 2009, Luciano desaparece. Un testigo vio como ocho policías lo torturaban adentro del destacamento donde ya había estado detenido meses antes. Lo atan y le pegan por todo el cuerpo. Le pegan tanto que su sangre salpica las paredes y el piso. Un policía le ordena a otro preso que limpie todo. Pasan las horas y Mónica lo espera impacientemente en su casa. No aparece y decide ir al destacamento. “Acá no está mami, quédate tranquila que ya va a aparecer”, le dijeron. Mónica lo esperó mucho tiempo, con la esperanza de que Luciano vuelva y puedan retomar aquella charla en la vereda. Sus amigos también lo esperaban como siempre en la plaza del barrio para jugar al futbol hasta que se hiciera de noche y la pelota no se vea.


Luego de aquella primera amenaza, cuando empujaba su carro con cartones, Luciano vivió con miedo. No quería salir de su barrio y solo lo hacía cuando Vanesa lo acompañaba. Le pegaban en la calle, le ordenaban no mirarle la cara a ningún policía, al mismo tiempo que le decían “negro de mierda, vas a terminar en un zanjón”. Luciano sufrió cada una de las detenciones, cada una de las torturas, cada golpe recibido mientras estaba esposado en la reja de la cocina del Destacamento que fue creado en septiembre de 2007, por el ex intendente de La Matanza Fernando Espinoza, a partir de la presión de Gabriel Lombardo, presidente de Vecinos en Alerta de Lomas del Mirador (V.A.LO.MI).


La metodología utilizada por la Policía Bonaerense fue la misma que utilizaron los militares en el Terrorismo de Estado: Secuestro, tortura, y desaparición. Desaparecer el cuerpo para garantizar impunidad. Desaparecer el cuerpo para enloquecer a la familia. Desaparecer a Luciano para sembrar miedo en cientos de adolescentes que se niegan a robar para la policía.


El 17 de octubre de 2014, luego de 5 años y 8 meses de estar desaparecido, el cuerpo de Luciano apareció enterrado como NN en el Cementerio de la Chacharita. La familia tuvo que reconocerlo a través de su esqueleto y por una fractura en una de sus costillas, provocada en septiembre del 2008, cuando fue torturado en el destacamento. Una vez conocida la noticia se quiso instalar la versión oficial que decía que Luciano había sufrido un “accidente” de tránsito que le había provocado la muerte. Versión que intentaba desvincular de toda responsabilidad a la policía y, sobre todo, a los responsables políticos. Sin tiempo de hacer el duelo, la familia salió a desmentir esta versión ofreciendo una reconstrucción de la escena que da muerte a Luciano, en la que cuentan que se lo vio corriendo desesperado por la Avenida General Paz. Uno de los testigos, el conductor que lo atropelló, manifestó que Luciano, “parecía que estaba escapando”. Otro testigo vio un patrullero de la Bonaerense sin luces en la colectora. De 17 patrullas, 6 emitieron su posicionamiento aquella noche y una apagó su registro de radio de 2 a 4 de la madrugada. Luciano fue obligado a cruzar la General Paz a las tres y media.


La investigación sobre su desaparición estuvo repleta de irregularidades y complicidades con la Policía Bonaerense. Algunos de los responsables de la impunidad tienen nombre y apellido. Policías: Néstor Díaz, Ariel Herrera, Daniel Vázquez, Oscar Fecter. Oficiales: Martín Monte, Damián Sotelo, José Márquez, Hernán Zeliz. Fiscales: Roxana Castelli, Celia Cejas Martin. Juez: Gustavo Banco. Juez Federal: Juan Pablo Salas. Ministros de Seguridad: Carlos Stornelli. Ricardo Casal. Alejandro Granados. Gobernador de la Provincia de Buenos Aires: Daniel Scioli. Intendente de La Matanza: Fernando Espinoza.


Gracias a la lucha de Familiares y Amigos de Luciano Arruga y al apoyo incondicional de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) de La Matanza, se logró cerrar el Destacamento de Lomas de Mirador. Aquel lugar de tortura y muerte hoy se convirtió en una biblioteca especializada en derechos humanos y una radio comunitaria (Zona Libre), además de que se dictan clases de apoyo escolar y distintos talleres gratuitos.


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