Por Leonardo Marcote
“No sé de dónde sacaba tiempo para hacer todo lo que hacía. Hoy pienso que quizás él imaginó que no viviría mucho tiempo y que debía hacer todo rápido”, dice Roxana Cainzos, la mamá de Nehuén Rodríguez, el joven de 18 años que murió luego de ser atropellado por un patrullero de la Policía Metropolitana.
El hecho ocurrió el 15 de diciembre de 2014, a las 0,30, cuando Nehuén iba con su moto rumbo a la casa de un amigo, al pasar por la esquina de Brandsen y Ramón Carrillo, en Barracas, es atropellado por una camioneta Ford Ranger de la Policía Metropolitana. Gracias a la investigación de la familia y de sus amigos, que se encargaron de buscar a los testigos de lo que había sucedió aquella madrugada, se comprobó que la camioneta que manejaba el oficial Daniel Germán Castagnasso iba a más de cien kilómetros por hora y que cruzo el semáforo en rojo y sin hacer sonar la sirena.
La casa donde vive Roxana junto a sus tres hijos, Nicolás, Mariel y Luna, es un viejo conventillo del barrio de La Boca. Resistieron varios desalojos antes de poder comprar la propiedad por medio de la Comisión de la Vivienda. Hoy, en ese terreno dividido, viven tres familias. Su casa es la del medio, en el frente, al lado de la puerta de postigones de madera, está pintado el rostro de Nehuén. A tres cuadras está “La Bombonera”. Nehuén era hincha de Boca y soñaba con jugar en las inferiores del club pero siempre encontró las puertas cerradas. Con bronca dejó de seguir al Xeneize y encontró su segunda casa en el Club Atlético Huracán, donde jugó tres años en las divisiones inferiores. Al mismo tiempo que defendía los colores del Globo comenzó a estudiar actuación en el Teatro San Martín. A medida que iba creciendo el teatro lo apasionaba cada vez más y le dijo a su mamá que quería ser actor.
En la casa de La Boca una de las fotografías que más se luce es la de Nehuén posando con todo el equipo antes de comenzar a jugar un partido en “La Quemita”, el predio que utiliza Huracán para los entrenamientos de las divisiones inferiores.
“Era un caradura, jugaba de número 4”, se ríe Roxana al recordar la posición en la que Nehuén jugaba, es lo que se conoce como carrilero derecho.
“Cuando terminó la primaria y debimos buscar una escuela para que empiece el secundario me dijo, ‘anótame en uno que sea fácil y que no sea doble turno`. Él quería seguir jugando al fútbol y necesitaba tener la tarde libre para los entrenamientos. Lo anoté en el Normal 3 de San Telmo. Iba a la mañana y después se iba volando a entrenar.”
“Después de jugar en Huracán armó un equipo con sus amigos y jugaban todas las tardes en la Plaza Irala. Era muy sociable, un líder dentro de su grupo. Tenía pensado estudiar para ser director técnico. Era muy activo, no paraba un segundo. Estaba lleno de vida, nunca lo ibas a encontrar aburrido o tirado en su cama mirando el celular. Hay algo extraño, él debió saber que le quedaba poco tiempo porque no le alcanzaban las horas. Tenía novia, le gustaba viajar, se iba a las provincias a ver al globito. Todo quería hacer. Vivía cada minuto con mucha intensidad.”
El sábado 14 de diciembre de 2014, Huracán jugó en la provincia de Mendoza la final por el ascenso a la primera división contra Atlético Tucumán. Nehuén, esta vez, tenía que conformarse con ver el partido por televisión porque la final se jugó sin público. De lograr el ascenso sería un año glorioso para el equipo de Parque Patricios que venía, meses antes, de haber salido campeón de la Copa Argentina, su primer título después de 41 años.
Nehuén vio el partido en su casa, junto a su familia. Festejó la vuelta de su equipo a la máxima categoría, luego de haberle ganado al equipo tucumano por 4 a 1. Entre lágrimas de emoción le dijo a su mamá: “Estoy tan feliz… Ahora me puedo morir tranquilo, el globito volvió a primera”. Roxana le pidió que no diga eso. Estaban sentados en la puerta de la casa, hacía calor. Los vecinos pasaban y lo saludaban, todos sabían de la pasión de Nehuén por Huracán.
“Después del partido fuimos un rato al cumpleaños de mi sobrina. Nehu en un momento salió del cumpleaños con Lucas, un sobrino que yo cuidaba y que él quería mucho. Juntos se fueron hasta la casa de otro de sus amigos, Pitu, a él le dijo, ´nos encontramos en la sede y después vamos a tu casa a tomar algo y festejamos’.
Un poco antes de las doce de la noche nos volvimos a ver en casa y me dice, ‘bueno mami, me voy a lo de Pitu, me voy con la moto’. Yo no quería, era muy tarde. ‘tené cuidado’, le dije. ‘No hinches mami, yo manejo bien’, me respondió. Me dio el último beso y se fue.
A las 2 de la mañana (del 15 de diciembre) suena el teléfono de Nico, eran del Hospital Argerich, le dicen que el hermano había tenido un accidente. Nos desesperamos. Yo no podía salir estaba con mi hija autista, no podía dejarla sola. Salen ellos primeros, estaba estacionado un patrullero en la puerta. ‘Si estos vinieron hasta acá es porque paso algo raro`, pensamos. ‘Hubo un accidente, ninguno tuvo la culpa’, fue lo primero que nos dijo la policía. Seguía pareciéndonos sospechoso. Me organizó y vamos hasta el Hospital. Me fui directamente a la guardia para hablar con la directora: ‘El estado es muy delicado. Si hubiese tenido el casco, sería otra cosa’, me dice. La señora no sabía lo que había pasado pero lo primero que escuchó fue la versión de la policía. Mentira, Nehuén tenía el casco puesto pero voló con el impacto. A las pocas horas murió.”
Transformar el dolor en lucha
“A lo primero no podía pensar nada. Tomaba Clonazepam para poder dormir. No me quería despertar más. Empecé a negar todo. Para mí Nehu se había ido de viaje, a él le gustaba viajar. ‘Se fue de viaje, ya va a volver’, me decía a mí misma. Gracias a mi familia y a sus amigos salí adelante. Empezaron a venir a casa. ‘Tenemos que hacer algo, fue raro lo que pasó`, me decían. Entonces se nos ocurrió hacer unas fotocopias para tratar de buscar testigos de esa noche. Pusimos la foto de Nehu, la última que le sacamos. Íbamos todos los 15 de mes y nos parábamos en el lugar donde lo habían atropellado. Queríamos ser visibles. Golpeamos puertas. Mucha gente tenía miedo de contar lo que había visto. Nadie se quería meter porque estaba la policía en el medio. Yo también en un momento tenía miedo. Me encerraba con mi hija y nos abrazábamos. Hasta que decidí salir a la calle. No podía seguir viviendo así. No quería que mis hijos me vean con miedo. Me fui a contarles el caso a las organizaciones sociales más cercanas. Ellos se fueron comprometiendo con la causa y nos comenzaron a acompañar. Tuvimos un abogado que de un momento a otro desapareció, no nos atendió más el teléfono. Justo teníamos que apelar y no pudimos hacerlo. Fue apropósito, lo compraron.”
Luego de dos postergaciones del comienzo del juicio por demoras en la entrega de pericias, el 27 de febrero de 2018 comenzó en el Tribunal Oral número 4 la audiencia pública por la muerte de Nehuén Rodríguez. El único acusado por “homicidio culposo” fue el oficial Daniel Castagnasso, conductor del patrullero. El juicio duró casi dos meses y el final tuvo un sabor amargo porque solo se condenó a Castagnasso a la pena de tres años de “prisión en suspenso” y la inhabilitación para conducir durante el periodo de 6 años por el delito de “Homicidio culposo”. De esta manera, Castagnasso no pasará ni un solo día en la cárcel, ya que el fiscal del caso, Marcelo Saint Jean, hijo de Ibérico Saint Jean, ex gobernador de la dictadura militar entre 1976 y 1981, quien prometió en 1977: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y finalmente a los tímidos”.
En lo que duró el juicio, Marcelo Saint Jean intentó despegarse de la figura de su padre pero fue imposible debido a sus conocidas defensas a condenados por delitos de lesa humanidad, entre ellos, a Miguel Etchecolatz y Norberto Cozzani, entre otros genocidas.
El tribunal sí aceptó el pedido de la querella de investigar por falso testimonio a José Daniel Soria Barba, compañero de Castagnasso en la Ford Ranger. La misma medida se extendió al perito de la defensa, Luis Alberto Pérez, quien testifico que el móvil policial se dirigía a 37 km por hora al momento del choque.
“Yo ya no soy la misma de antes. La muerte de Nehuén me endureció pero pude transformar el dolor en lucha. Esa frase tan conocida y que a mí me costaba entenderla por el dolor tan profundo que tenía. Pero después descubrí que es cierto, que es mejor salir a la calle a gritar antes de quedarte llorando en tu casa. Yo tengo tres hijos más que debo darles un ejemplo. Estuve mucho tiempo tirada en la cama pero mi hija venia y me decía, ‘dale, ya está, levántate’. Y me levanté. No hay que abandonar la lucha. Si las cosas no salen, hay que insistir. En algún momento la vamos a dar vuelta, pero tiene que ser entre todos.”
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