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  • Foto del escritorRevista Resistencias

Lucía Villagra, hija de desaparecida “Bailando la tristeza se iba por un rato”


Por Leonardo Marcote


Lucia era bebe cuando fue secuestrada y desaparecida en los brazos de su mamá, María Fernanda Noguer. Las dos fueron llevadas a la ESMA. Luego de dos meses, Lucia fue recuperada por su abuelo materno de la ex Casa Cuna de La Plata.   


El 3 de junio de 1976, María Fernanda Noguer “Namba”, militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), esperaba el colectivo para volver a su casa, luego de una frustrada reunión de militancia en la rotonda de Acasusso. Tenía en sus brazos a Lucía, su hija, que tenía dos meses de vida. Aquella tarde, antes de salir al encuentro con sus compañeros, se aseguró de abrigarla bien, comenzaba a refrescar cuando el sol se escondía. Namba vivía junto a su esposo, José Villagra “Pepe”, militante de la Juventud Peronista (JP). Aquella tarde- noche, de repente, frenaron algunos autos cerca del cordón de la vereda, a pocos metros de la parada del colectivo donde Namba aguardaba para volver a su casa. Al darse cuenta de que sería secuestrada, y sin la posibilidad de escapar, apoyó a Lucía en el piso con la esperanza de que los militares no se dieran cuenta de que era su hija. Junto a Namba estaba su responsable, José Carballo, “El Negro, Antonio”, y una pareja de novios, Mario y Edith, que también fueron secuestrados pero liberados a las pocas horas. Todos fueron llevados al Centro Clandestino que funcionaba en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Lucía también fue secuestrada y viajó, en uno de los autos, en los brazos de Edith que cuido de ella las horas que estuvo en cautiverio. Sobrevivió casi dos meses en la ex Casa Cuna de La Plata, hasta que su abuelo, Jorge Noguer, pudo recuperarla.


Para Lucia el baile es más que una pasión. Es su esencia. Es lo que le dio un significado, un propósito. Bailar en pareja, bailar sola. La cuestión es bailar. Donde sea. En una  milonga, en el patio de una casa, en una plaza, o simplemente en la vereda. Tampoco importa si es de día o de noche. Muchos menos la música, puede bailar tango, salsa, samba, o rock. Ella siempre quiere bailar y ese entusiasmo trata de transmitírselo todos los días a los alumnos y alumnas que asisten a sus clases de tango.

Pasé de sufrir en soledad, a sentir que había mucha gente peleando por lo mismo

“En mi hábitat (San Isidro) era un patito feo, raro, diferente. En el tango me convertía en cisne o por lo menos yo lo creía, que en definitiva era lo más importante, que me sintiera mejor”, explica Lucia mientras viaja desde Avellaneda hasta San Isidro, su barrio de toda la vida. 


¿Por qué patito feo en tu barrio y un cisne en el tango?


Porque me sentía diferente, pensaba diferente, me pasaban cosas muy fuertes. Incomprensibles para chicos y chicas de esa edad, en ese contexto.


En cambio, en el tango, era un cisne porque ahí no importaba tu historia sino que bailaras bien y a mí me iba bien con eso. 


¿Patito feo también por ser hija de una desaparecida?


No tenía tanta conciencia de ser hija de una desaparecida. Solo que sentía cosas horribles y no sabía cómo explicarlo. Me sentía loca y vivía perseguida. Subestimaba totalmente ser hija de una desaparecida. Era como algo del pasado pero que después tuve una familia y ya estaba todo bien. Como si fuera, “Ya paso, por suerte me encontró mi abuelo y se armo una familia”. Como que lo triste y lo traumático había pasado, no se tuvo en cuenta los daños que provoco eso después.


¿Cómo fue tu primer acercamiento al baile?


Fue cuando tenía ocho años. En mi casa se hacían muchas fiestas: casamientos, fiestas de fin de año, cumpleaños. Yo bailaba con los adultos. Me fascinaba esa sensación de alegría, escuchar la música. Todos estaban sonrientes y alegres. La gente me felicitaba y yo me sentía valorada. 


¿El baile es algo que también le gustaba a tu mamá Namba?


Ni el baile ni el tango. El gusto por la música sí, del lado materno y paterno, también. Existe una grabación del tango “Mano a mano” que grabo Pepe. La escuche solo una vez. De tango también un poco por mi papá-abuelo, pero no tango tradicional sino (Astor) Piazzola


¿Te ayudo el baile a transitar momentos duros?


Lo cotidiano se hacía difícil. Vivía con una angustia permanente y con un vacío imposible de llenar. Algunas cosas me distraían un rato pero tarde o temprano volvía a caer en la cama sin poder levantarme. Aunque todo cambiaba cuando bailaba, mi vida se convertía en placentera y me volvía el alma al cuerpo. El baile hacía que todos los fantasmas quedarán en segundo plano. Pero lo que hizo que mi tristeza se fuera definitivamente fue haber escrito un libro autobiográfico. Después de eso el baile ya no fue un calmante sino vivir en la alegría. Ya no me imagino estar sin bailar y sin compartir esa alegría con los demás.


¿Por qué decidiste dedicar gran parte de tu vida a bailar tango?


A los dieciocho años vi “Tango Feroz” y me llamó la atención la gente joven bailando tango, y en pareja. Después de eso, enseguida, arranque clases tango. A los cinco meses hice mi primer show con mi profesor, tenia facilidad para aprender. Fue en un geriátrico y recuerdo que me conmovió una viejita que me miraba y no paraba de llorar. Me dijo que le hacía acordar a su juventud. 


¿Y la ganas de enseñar algo tan complejo?


Me acuerdo que le pregunte a un profesor en qué momento podía ser profesional, cuándo se da ese salto. ‘Si te pagan por verte bailar, ya sos profesional’, me respondió. A partir de ahí, supe lo que quería hacer el resto de mi vida. Cuando mi hijo Cruz cumplió cinco años retome seriamente el tango, luego de un tiempo que tuve que interrumpirlo para ir estudiar una carrera universitaria. Pero eso no era lo mío y retome mi pasión, el baile, el tango, y fui descubriendo que tenía una capacidad más grande para enseñar. Cuando estaba en la facultad, estudiando musicoterapia, les enseñaba a mis compañeros los primeros pasos. Enseñaba a donde fuera y me pidieran. En 2003, lo convertí en mi trabajo.


Algunas de tus clases se caracterizan por el intercambio que se da entre gente joven y gente mayor. ¿Cómo es esa convivencia de generaciones tan distintas?


En las clases conviven personas de diferentes generaciones. Jóvenes y mayores practican integradamente. Los más grandes traen una idea del tango como un baile machista pero lo que trato de transmitir es la equidad de género y el respeto a la diversidad. Siguen asistiendo los que tienen más flexibilidad en su forma de pensar y por suerte son la mayoría.


¿Por qué recomendas bailar?


El baile te da un significado, un propósito. Es bueno para la depresión, que se caracteriza porque no encontras un propósito a tu vida. Cuando empezas a bailar tenes un objetivo. Eso me paso a mí. Me dio un significado, quería bailar bien y me salía tan fácil que decidí ser bailarina. El tango y el baile hicieron que mi tristeza, mi bajón de fondo, se fueran por un rato. Después, se fue ese bajón, y ahora siento la alegría de poder disfrutar y de invitar a que los demás puedan salir de sus propias tristezas, conecten con la alegría, conozcan gente, hagan una actividad física que sea placentera, que se sientan mejor con ellos mismos, que acepten a los demás. El baile es un lenguaje alternativo a la violencia, un lenguaje no verbal, inclusivo, que integra gente de todas las edades, clases sociales, orientación sexual, o con capacidades diferentes.


En el año 2017, Lucia publico su libro autobiográfico “Una Hija Más”, de la editorial Agua Viva Ediciones.


¿Qué significo escribir un libro sobre tu historia?


El libro significó un antes y un después en mi vida. Algo así como la transición definitiva de patito feo a cisne. Me sirvió para ponerme en contacto con el mundo que había sido de mis padres y que nunca me había dado permiso a conocer. Pasé de sufrir en soledad, a sentir que había mucha gente peleando por lo mismo. Y además, que no todo era tragedia sino que había un amor de fondo entre todos los compañeros de mis papás. Me sirvió para pasar del drama a la alegría. Para sacarme esa mochila de tristeza y disfrutar. 


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