Por Marcelo Langieri
Un cacerolazo inoportuno, fogoneado por los sectores más recalcitrantes de la oposición, cabalga sobre un viejo prejuicio sobre la política, más allá de los méritos realizados por la “clase política” para justificar estas prevenciones.
Hasta entonces los balcones, patios y terrazas expresaban un sentimiento común frente a la pandemia del coronavirus. Si bien se expresaba el apoyo y reconocimiento a las labores de médicos/as, enfermeros/as y de todos los integrantes del sistema sanitario, y de los que hacen posible el cumplimiento de la cuarentena, el aplauso tenía implícito un reconocimiento a la política del gobierno. Probablemente estemos en uno de los momentos de mejor desempeño de la política frente a una crisis, posiblemente porque se trata de una crisis extraordinaria e inédita que exige respuestas extraordinarias, aunque esto está en desarrollo y la cuarentena sea un paso necesario pero insuficiente, es impredecible el futuro inmediato.
Los aplausos de hoy pueden ser los cacerolazos de mañana, pero lo que es seguro que los cacerolazos de hoy son una respuesta extemporánea, provocadora e ingenua a la vez. Situar la rebaja de los salarios de diputados y funcionarios, que es correcto en sí, como motivo del cacerolazo en un país que ha fugado miles de millones de dólares y que ha asistido a un proceso de concentración de la riqueza escandaloso resulta incomprensible y absurdo si no se lo entiende como una maniobra de un sector de la oposición. Los privilegios de la política deben cesar y la adopción de una política austera es un requisito indispensable para legitimar las políticas frente a la grave crisis presente. Pero suponer que ésta es una solución material para afrontar la pandemia es una ingenuidad prejuiciosa de los balconeros y una pérfida acción de los mentores.
La reivindicación del ajuste de la política, legítima, se deslegitima cuando se operacionaliza para satisfacer los intereses de los sectores más concentrados de la sociedad argentina y sus planes políticos, que ven con preocupación el fortalecimiento de la imagen de Alberto Fernández y no el extraordinario desafío para el conjunto de la sociedad en un contexto de pandemia.
El enredo de la pequeña guerra de los balcones podría ser una anécdota si no expresara contradicciones fundamentales en la sociedad argentina. Y lo que es más importante, que distrae la atención sobre la responsabilidad de los intereses económicos de los poderosos del mundo que han llevado adelante un proceso de globalización con políticas anti ecológicas y antisociales de producción, distribución y consumo que ponen en riesgo a la humanidad toda.
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