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Foto del escritorRevista Resistencias

En recuerdo de Marcelo “Nono” Frondizi


Por Marcelo Langieri

Tu cara

Don Quijote

no me engaña

¿Vas a hacer la revolución en América?

¿Y dónde te vamos a encontrar?

¿En un palacio?

¿En un sótano?

Y dejarás nostalgias

Ana Lagoa,


Conocí a Marcelo cuando ambos teníamos 20 años y él estaba lejos de ser el “Nono”. Fue a principios de los años ’70 en la Facultad de Filosofía y Letras. No sé si él estudiaba allí, pero Filosofía era el epicentro de la politización de los sectores medios, muy frecuentada por la militancia. Cobró notoriedad a raíz de la muerte de Diego, su hermano mellizo, militante de las FAP muerto por las fuerzas represivas en Rincón de Milberg en un enfrentamiento. En esa época se decía caído en combate, aunque el combate fuera desigual, porque se reivindicaba una voluntad de lucha enmarcada en la estrategia de guerra popular.


Nos conocíamos superficialmente de las asambleas estudiantiles y de las movilizaciones contra la dictadura, aunque ambos, sin saberlo, pertenecíamos a la misma organización: los Comandos Populares de Liberación. El CPL era una de las organizaciones de la nueva izquierda que abrevaba en el guevarismo y que paulatinamente fue parte del proceso de reinterpretación del peronismo. Lecturas que llevarían, después de la explosión política de la JP y Montoneros, a ingresar mayoritariamente a esa organización.


Con Marcelo recorrimos juntos parte de ese camino, aunque hayamos compartido brevemente el ámbito organizativo de pertenencia en el CPL. Él tenía una inserción laboral fuerte, ya desde entonces trabajaba en los Talleres Protegidos y desarrollaba una tarea militante en ATE cuando el gremio aún estaba encuadrado en la CGT y donde quienes serían los más destacados dirigentes y constructores de la CTA, muchos años después, aún no eran dirigentes destacados. En ese entonces Marcelo ya era un activo dirigente de masas de los Estatales y un cuadro del gremialismo combativo. Recuerdo los madrugones para ir a volantear en la puerta de su trabajo.


Su desarrollo político en el frente de masas no impedía su compromiso político con la práctica clandestina y la asunción de la lucha armada; lucha que asumía con valor y decisión, pero en la que no desarrollaba sus mejores cualidades. Marcelo no tenía una gran vocación militar, “fierrera”, como se decía entonces, inspirada en el Che y los barbudos de la Sierra o de los pulcros golpes comando de los Tupamaros.


Marcelo era un cuadro de masas que lucía sus mejores cualidades hablando en una asamblea, encabezando una movilización o tirando una molotov en los actos relámpago que se realizaban en la lucha contra la dictadura. También charlando en un café con algún compañero para “melonearlo” o para bancarlo frente a algún problema.


Pertenecimos a la generación que además de la militancia y el compromiso político revolucionario frecuentó la calle Corrientes, sus míticos bares, cines y librerías. Calle Corrientes donde el amor rompía los prejuicios entre pelos largos y minifaldas. Las famosas charlas de café, la de los diletantes de décadas anteriores, se transformaron en pequeñas universidades de la revolución. Rodolfo Walsh cuenta en su diario que en una de sus separaciones habían dividido con su ex pareja las veredas de la calle Corrientes para que cada uno pudiera circular sin cruzarse con el otro por el territorio que ninguno quería abandonar.


El ablandamiento de las condiciones represivas, producto de la apertura política, distendió las medidas de seguridad y los encuentros e intercambios fueron más fluidos. Era un momento de grandes movilizaciones que nos reunían con asiduidad y no faltaban los cierres de jornada con pizza y vino tinto o con los fideos de Pippo.

Hace un tiempo fui a escuchar a la cantante Inés Esteves. Al inicio del show ella recordó a su padre, a quien le dedicó la velada, diciendo que era un buen tomador. Me pareció una hermosa presentación del personaje. Cabe aquí la comparación: Marcelo también era un buen tomador, al punto que la muerte lo encontró en un bar cerrando una jornada de militancia.


Pertenecimos a una generación donde la muerte se presentó tempranamente, a la que sin perderle el miedo no la respetábamos mucho, y donde el deseo nunca fue morir en una cama. Quizás esta pequeña metáfora lo pinte de cuerpo entero. El Nono fue un compañero que nunca perdió la ternura, que nunca bajó las banderas. Un rebelde que se quedó sin revolución pero que siguió reivindicándola. Que supo apretar las lágrimas en las duras circunstancias que le tocó vivir para ponerse de pie cada vez que cayó. Que lloró a su hermano caído en la lucha asumiendo la continuación de la misma con convicción.


Con el paso de los años nació “El Nono”, que fue el apodo que encontró para rodearse de jóvenes, de los que siempre estaba acompañado, como todo maestro.

Las derrotas sufridas dolieron, pero nunca le hicieron perder la esperanza en la revolución y en la construcción de una patria socialista.


A lo largo de todos estos años nos encontramos y cruzamos muchas veces. Siempre tuvo una palabra afectuosa, un gesto solidario, un abrazo cálido, un comentario risueño. Su estampa con sus bombachas de campo le daba un aspecto de gaucho. Gaucho combatiente junto a su pueblo que amó con fervor.


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