Por Marcelo Langieri
Un repaso de la evolución de la pobreza en los cuarenta años de democracia demuestran que la caída en la pobreza es un viaje sin retorno para amplios sectores de nuestra sociedad.
Cuando Alfonsín llegó al gobierno en 1983 la pobreza en la Argentina llegaba al 21% de la población, mientras que en 1985, tras dos años de gestión, bajó al 14%. Pero en el mes de mayo del 89’ y a dos meses de dejar su mandato, este indicador se elevó al 19% y en octubre de 1989, apenas dos meses después de la asunción de Carlos Menem, el 38,3% de las personas estaban por debajo de la línea de la pobreza.
El disparo en el índice de pobreza estaba asociado a la hiperinflación, aunque también estaba relacionado al deterioro que sufrió el mercado laboral a mediados de los 70’ cuando comenzó una caída en la calidad del empleo, que desembocó en una baja de los ingresos.
Durante el primer mandato de Menem la pobreza llegó al 47% de la población, mientras que en mayo de 1995 (mes en el que renovó su cargo) la pobreza llegó al 22%, debido al control del proceso inflacionario mediante la convertibilidad.
Sin embargo esta situación se revirtió en su segundo mandato, cuando la pobreza volvió a aumentar. A fines de 1999, año en el que ganó Fernando de La Rúa, la pobreza afectaba a casi el 27% de la población. Durante la gestión de La Rúa, el índice se elevó nuevamente y meses antes de su renuncia, en octubre de 2001, llegó al 35,4%.
Tras la sucesión de tres presidentes en una semana, en mayo de 2002, bajo el mandato de Eduardo Duhalde, la pobreza llegó a su nivel más alto: 49,7%. En el año 2003, cuando Duhalde le entrega el poder a Néstor Kirchner la tasa anual de pobreza había llegado al 48%.
En el segundo semestre del 2006, el Kirchnerismo había logrado bajar este índice al 27%. Esta caída de casi 20 puntos se debió fundamentalmente a las políticas de recomposición de ingresos fomentados por el gobierno de Néstor Kirchner.
Para medir los índices de pobreza en el periodo de gestión de Cristina Fernández de Kirchner es necesario recurrir a fuentes alternativas al INDEC, que es la fuente utilizada en esta nota. Durante el primer mandato de Cristina se logró bajar este indicador casi nueve puntos porcentuales. Sin embargo, en su segundo mandato la pobreza habría aumentado. En el total de su mandato la pobreza había bajado de 37% a 30%.
En la gestión de Macri, en abril del 2016, la pobreza alcanzaba al de la población. En 2017 el índice había disminuido casi cinco puntos llegando al 25,7%. Sin embargo, en el segundo semestre de 2018 el número de personas pobres creció al 32%. La última medición, del segundo semestre de 2019, mostró una pobreza del 35,5%.
Las circunstancias fueron distintas pero se estableció un piso promedio superior al el 20% que prácticamente nunca fue perforado. Y no estamos hablando de la pobreza estructural, que plantea una situación más dramática, sino de la pobreza por ingresos, es decir aquella que no contabiliza las necesidades básicas insatisfechas de la población.
Cerca de un cuarto de la población está sumergida en la pobreza sin poder salir de ella en cuatro décadas de democracia.
La pobreza heredada de la dictadura fue de alrededor del 20%, cuando en el año 1976, antes del golpe, era del 8%; la última medición de 2019 muestra una inflación de más del 35%. Es decir que cerca de un cuarto de la población está sumergida en la pobreza sin poder salir de ella en cuatro décadas de democracia.
Estos datos muestran que para que la crisis no la pague nuevamente el pueblo es necesaria la aplicación de audaces políticas distributivas. Como bien señalan las autoridades de la muerte no se vuelve, pero la realidad demuestra que de la pobreza tampoco vuelven amplios sectores populares.
Las crisis han recaído sobre las espaldas populares y a pesar de la implementación de distintas políticas sociales éstas no han pasado de ser un paliativo frente a la pobreza.
Con distintos énfasis y matices las crisis han recaído sobre las espaldas populares y a pesar de la implementación de distintas políticas sociales éstas no han pasado de ser un paliativo frente a la pobreza. La evolución del indice de pobreza que señalamos más arriba es una demostración palpable de esta realidad.
La actual crisis, agravada por su carácter mundial, significa un desafío para un gobierno que ha tenido la sensibilidad de priorizar la vida por encima de cualquier otra cuestión. Sin embargo este esfuerzo tendrá un costo social incalculable si no se acompaña con un subsidio general a toda la población de modo de evitar una caída masiva en la pobreza e indigencia. La renta básica universal -que garantice un ingreso al conjunto de la población- es indispensable para afrontar una cuarentena que resulta necesaria pero no suficiente para enfrentar la crisis y la amenaza de destrucción de vastos sectores del aparato productivo que nos sumergería en una economía de penuria trágica y desconocida.
*Imagen Diario La Nación.
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