Por Carlos Aznárez*
Por fin ha llegado el esperado día en que Mauricio Macri, el gran destructor de una sociedad que no lo merecía, abandone definitivamente la Casa Rosada. Como detalle adicional de esta esperada partida, los porteños se encontraron con dos sorpresas más que simbólicas. Por un lado, la histórica Plaza de Mayo amanecíó sin las rejas detrás de las cuales el macrismo se atrincheró estos últimos cuatro años, separándose literalmente de los miles y miles que llegaron, en sucesivas oleadas, hasta ese lugar a gritar sus reivindicaciones y también su rabia contra el mal gobierno. El hecho no pasó desapercibido para quienes pudieron visualizarlo personalmente o leerlo en los periódicos. La decisión de que esto ocurriera fue del propio presidente Alberto Fernández y con ello quiso dar un mensaje orientativo sobre como podría ser su gestión.
El otro hecho que hay que computar como una manifestación de buenos augurios es la presencia en Argentina del Presidente Miguel Díaz Canel, máximo representante de la Cuba Revolucionaria y Socialista. Cuarenta y seis años atrás, el 25 de mayo de 1973, otro compatriota suyo, Osvaldo Dorticós, se abrazaba con el “Tío” Héctor Cámpora, ungido como presidente por obra y gracia de la lucha revolucionaria que se derivó en voto masivo. Esta vez, Díaz Canel llega como invitado necesario para recordarnos, tal cual señalara este lunes en un acto masivo en la Ciudad Universitaria, que “Cuba y Argentina son inseparables y que ni el imperialismo ni los oligarcas podrán dividirnos”.
El mandatario cubano no solo abrazó al pueblo argentino con sus palabras sino que también demostró que el ejemplo de su país, de persistencia y coherencia a la hora de defender sus ideas han posibilitado que 60 años después esa patriada protagonizada por un ejército rebelde y barbudo, siga en pie. Además, muestra al mundo, como le aguantó el tipo al imperio más destructor del planeta, como pudo vencerlo en varias oportunidades (con las armas y con las ideas) y asegurar la continuidad revolucionaria entre la vieja guardia y la nueva camada representada por Díaz Canel y un importante grupo de nuevos combatientes.
Como suele pasar con los dirigentes revolucionarios cubanos, estos no se andan con subterfugios ni esquivan el compromiso a la hora de definir posiciones. De allí, que Díaz Canel no pudo disimular en sus palabras la satisfacción que él y su país tienen por la asunción del cargo por el nuevo gobierno, producto de la derrota infligida al capitalismo salvaje macrista. No nombró en su discurso al culpable del horror y la devastación que sufren hoy los argentinos y argentinas, pero sí mencionó las consecuencias de aplicar las teorías más extremas del capitalismo salvaje: desocupación, indigencia, miseria, mortalidad infantil, deshaucios y un brutal descenso en términos de salud y educación. Todo ello acompañado de violencia represiva.
Claro que no se trata solo de un problema argentino, y eso el sucesor de Raúl Castro lo tiene claro, ya que también mencionó lo que acaba de ocurrir con el golpe pro-imperialista en Bolivia y las escenas repetidas de rebelión popular en otros puntos del continente. Cuando llegó a ese punto, alguien desde el público gritó con razón “Fuera Piñera”, como para ponerle un nombre propio a lo que viene ocurriendo por estos días en el Chile que no solo despertó sino que sueña con los ojos abiertos en una sociedad diferente.
En otra parte de su comparencia en el aula magna de la Facultad de Exactas, desbordada de un público entusiasta y amigo fiel de Cuba, Díaz Canel recordó a Fidel y al Che: “ellos están presentes aquí también como lo están, sin duda, los 30 mil desaparecidos”. Marcó de esa manera una impronta esperada y necesaria en los tiempos que corren. La idea de volver a levantar el ejemplo (en medio de tanto individualismo y mediocridad neoliberal) de la fuerza de lo colectivo, del nosotros por encima del yo, de la corajuda constancia de quienes, según el propio Díaz Canel, defendieron “hasta las últimas consecuencias” lo que pensaban y por lo que luchaban.
Luego, sintetizó los esfuerzos y concreciones hechas por la Revolución en el plano de la solidaridad internacionalista, desde no fallarle jamás a nadie que luchara por sus mismas banderas de liberación, hasta ayudar a pueblos enteros a alfabetizarse o dotarlos de servicios asistenciales gratuitos como son las iniciativas derivadas de las misiones cubanas en lo que hace a oftalmología. Por supuesto que un lugar destacado ocupó también ese baluarte que es la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), promovida por Fidel y donde se ha han recibido ya decenas de miles de médicos y médicas surgidos de los barrios más humildes o desde los confines del mundo campesino e indígena.
Después de relatar que todo lo hecho por Cuba en el plano humanístico pudo concretarse por la unidad y el patriotísmo de su pueblo, a pesar del bloqueo criminal que sufre desde hace casi 60 años, Díaz Canel recordó que “la lucha que nos espera va a ser más dura aún”, añadiendo que “Cuba ha denunciado recientemente la guerra sucia que el imperialismo y las oligarquías nacionales vienen haciendo contra los procesos progresistas del continente”. Manifestó que “ya no usan eufemismos para desestabilizar lo que ellos llaman su patio trasero o desenterrar el hacha de la Doctrina Monroe”, pero a la vez dio a entender que esta agresiva política no es invencible, y que como ocurriera en 2005 en Mar del Plata con el ALCA, puede derrotárselo.
Lo dicho, Cuba llegó a la Argentina en un momento muy particular, y como era de esperar, contagia con sus múltiples ejemplos de cómo se puede edificar un edificio sólido, en que el socialismo y no otra variante o atajo que no llevan a ningún sitio, sean tomados como una meta a la que hay que arribar. Lo fundamental ahora pasa por que el nuevo gobierno tome nota de cómo ha quedado conformado el mapa actual de Latinoamérica y el Caribe, y reflexione cuáles son los países que siguen en pie y que orgullosamente enfrentan el discurso autoritario del Imperio. No se suicidan al hacerlo, sino que por el contrario, ayudan con su actitud a que sus respectivas poblaciones se sientan dispuestas a no ceder terreno a sus enemigos. Cualquier otra estrategia, derivada de creer que el marco de la democracia burguesa puede actuar de colchón de los golpes de quienes desean apoderarse de nuestros territorios y riquezas naturales, puede terminar en derrota. Cuidemos que eso no ocurra, miremos el ejemplo de Cuba y mientras tanto festejemos con el pueblo en la Plaza que a pesar de su intrínseca maldad y gorilismo, Macri y todo lo que el representa solo han durado cuatro años.
Fotos Jorge Form y María Torrellas
*Resumen Latinoamericano
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