Por Marcelo Langieri,
Al cumplirse 50 años de la realización de la histórica rebelión popular conocida como El Cordobazo resulta conveniente, además de recordar y reivindicar la gloriosa jornada de lucha llevada adelante por los trabajadores, los estudiantes y el pueblo cordobés en su conjunto, realizar algunas reflexiones con la pretensión de problematizar aquellos acontecimientos y, fundamentalmente, tratar de comprender tanto el pasado como el presente.
Para realizar el análisis de los hechos partiremos de la premisa que el Cordobazo no fue el punto culminante de la lucha de la clase trabajadora sino un punto de inflexión que pondrá a lucha obrera y popular en un estadio superior de conciencia y organización que podríamos denominar como la consolidación del proceso de alza de masas que se venía registrando.
En primer término, cabe señalar que el Cordobazo no fue ni un acto espontáneo ni un movimiento insurreccional en el sentido clásico, es decir como parte de una estrategia dirigida a la toma del poder en un fallido, pero heroico intento. La ausencia de una dimensión nacional y de una dirección unificada de los distintos movimientos lo demuestra claramente. Sin embargo, el Cordobazo se inscribe en un proceso de revueltas, conflictos sindicales y estudiantiles de las organizaciones sindicales, políticas y del conjunto del campo popular que a partir de él cobran una dimensión que fortalece un clima de politización y lucha que se extiende por toda la geografía nacional.
Para entender que no se trata de un hecho aislado ni espontáneo basta recordar que para la época ya existía la CGT de los Argentinos y expresiones del sindicalismo clasista y combativo, hitos fundamentales en la historia del movimiento obrero. También que frente al paro nacional de 24 hs. Declarado a nivel nacional para el 30 de mayo, la Central Cordobesa, bajo la conducción unificada de todo el movimiento obrero, convocó a un paro de 37 horas con una movilización que confluiría desde distintos puntos en el centro de la ciudad. El sentido de las 37 horas era juntar los turnos de las fábricas para facilitar la concentración de los trabajadores. La movilización y agitación previa también contó con la muy activa participación estudiantil a través de la Federación Universitaria de Córdoba y distintas organizaciones populares. Esta movilización tuvo una cuidadosa preparación y el pertrechamiento de elementos de defensa para enfrentar la represión (molotov, hondas, piedras y todo tipo de objeto que pudiera utilizarse para la resistencia).
El Cordobazo fue precedido por movilizaciones masivas en el mismo mes de mayo del ‘69, como la realizada por el movimiento estudiantil en Corrientes, donde fue asesinado por las fueras represivas el estudiante Juan José Cabral, que desencadenó una pueblada conocida como el Correntinazo; o la movilización estudiantil realizada en Rosario en repudio por la muerte de Cabral que cobró la vida de otro estudiante, Luis Blanco, y que generó también una pueblada señalada como el Rosariazo.
Pero el propósito de estas líneas no es realizar una reseña exhaustiva de estos acontecimientos sino reflexionar sobre las características y consecuencias políticas resultantes de un cuadro de situación que caracterizamos como de alza de masas.
Esta caracterización es fundamental para comprender el desarrollo de la lucha popular en la Argentina de entonces. Se puede verificar, a partir de esa coyuntura, como se resignifican los acontecimientos sucedidos dando lugar al florecimiento de cientos de organizaciones, tanto de base como superestructurales, que fortalecen la lucha política y que golpean con fuerza al poder. Tan es así que el Cordobazo fue un factor decisivo en el desencadenamiento de la crisis del gobierno de Onganía, provocando su salida y reemplazo por un general desconocido, digitado por el Gral. Lanusse, entonces comandante en Jefe del Ejército y futuro presidente. Este hito marca el inicio del cambio de estrategia de la dictadura, retroceso mediante, y el fortalecimiento de la lucha política. La clausura de la política se agujereaba por todas partes y daba lugar a distintas expresiones de lucha.
En el proceso de efervescencia de la lucha popular se forman, crecen y fortalecen aquellas preexistentes, organizaciones revolucionarias que se inscriben dentro del fenómeno que se conoce como la nueva izquierda. Espacio surgido de la crítica a la izquierda tradicional- que cuestiona los límites de las democracias parlamentarias como horizonte y plantean la toma de poder y la revolución social como objetivo mediante la estrategia de guerra popular o de una insurrección popular. O sea, que van más allá del marco del sistema capitalista. Esta posición estaba legitimada por la clausura de los partidos políticos y de la actividad política en general que hacía inútil e inconducente cualquier proyecto electoral.
Frente a la ausencia de canales de expresión política a través de las fuerzas políticas reformistas -radicales, comunistas, socialistas, entre otros- se fortalecen no solo las organizaciones de la nueva izquierda sino también el peronismo que estaba proscripto y que tenía en Perón no solo una conducción y una referencia política, que se revalorizaba, sino también el recuerdo de los años de prosperidad y felicidad para la mayoría del pueblo, que se contraponían con las experiencias posteriores. Además, su forma movimientista de organización le daba una gran autonomía a las partes integrantes demostrando una mayor aptitud para la acción política en ese contexto.
Paradojalmente, el Cordobazo y muchas de las puebladas que crecían y surgían por doquier no se hicieron en nombre del peronismo. Por el contrario, en la mayoría de los casos esas luchas, que en no pocos casos eran llevadas adelante por militantes o dirigentes peronistas, no se hacían en su nombre. Sin embargo, se inicia un doble proceso: de rescate de la experiencia del peronismo por parte de la izquierda y de radicalización de las organizaciones del peronismo, que recogían la experiencia de la Resistencia y la ponían en valor frente a las necesidades políticas que surgían de una nueva etapa. Etapa donde la política recuperaba centralidad, tanto desde arriba, desde el poder, como desde abajo, en el crecimiento de la organización popular.
El magma del peronismo revolucionario, que tenía importantes antecedentes previos al Cordobazo, va cobrando forma en distintas organizaciones, en la profundización de la lucha y en la recuperación y fortalecimiento del peronismo como identidad política. Identidad que se radicaliza con un perfil combativo e intransigente que resultaba funcional a la profundización de la lucha revolucionaria. El luche y vuelve se transformaba en una bandera de guerra al sistema que se masifica especialmente en los sectores juveniles.
También florecen muchas organizaciones de izquierda, armada o insurreccional, que reivindican un camino revolucionario para la toma del poder; algunas de las cuales comprenden el fenómeno peronista y se identifican con él. El fenómeno de peronización impacta de manera especial en los sectores medios de la sociedad, la base obrera y popular nunca había abandonado la identidad peronista.
En este marco, brevemente presentado, frente al proceso de apertura política que se va profundizando, producto del empuje popular y de la lucha revolucionaria que ponen en crisis a la dictadura, surge en el horizonte y cobra fuerza un proceso electoral como una perspectiva posible de salida a la situación. En el seno de la vanguardia de la época se da frente a esta situación una discusión muy importante. Se discute si la prioridad política era impulsar la unidad de los revolucionarios o tomar como referencia la unidad del pueblo. Ello implicaba la caracterización del peronismo y el rol de Perón especialmente. Definir cómo continuar el camino en torno a los objetivos antidictatoriales, antiburocráticos, antipatronales y antimperialistas que se venían llevando adelante por el conjunto de las organizaciones revolucionarias.
Si bien en el peronismo revolucionario existía una comprensión que en el peronismo se sintetizaban las experiencias y el máximo nivel de conciencia colectiva alcanzado por el pueblo argentino; proyecto de masas que se potenciaba con la existencia de formaciones de vanguardia, las elecciones planteaban como gran desafío la pérdida de autonomía -que sectores que planteaban la alternativa independiente rechazaron-, el ingreso al juego político del sistema y la relación con Perón. Frente a esta situación el problema consistía en el clásico “qué hacer”.
La respuesta de las organizaciones revolucionarias peronistas, las que se alineaban en la línea que cobraba forma en la Tendencia Revolucionaria bajo la influencia de Montoneros -con discusiones sobre el rol de Perón, el alternativismo y la salida electoral- fue optar por la unidad del pueblo como política, lo cual redundó en un crecimiento exponencial de la línea JP – Montoneros.
La política de unidad del pueblo significó un crecimiento exponencial de la organización de cuadros porque cabalgaba sobre el alza de masas. El rescate y la identificación del peronismo con las luchas antidictatoriales fortaleció el carácter político de la lucha y esa identificación se conjugó con las banderas revolucionarias por el socialismo como no se había conocido nunca. La política de unidad del pueblo representaba un salto adelante que conquistaba espacios en todos los ámbitos: sociales, culturales y políticos.
El posterior devenir de los acontecimientos, agotado el proceso de alza y en situación de reflujo de masas, explica las limitaciones y errores cometidos en la lectura del proceso de lucha y de las políticas para enfrentar una ofensiva estratégica de las clases dominantes para revertir una coyuntura pre-revolucionaria que terminó frustrándose.
Importa este rescate e intento de aporte para comprender el presente y reflexionar sobre las condiciones y posibilidades de construcción y reconstrucción de las fuerzas populares con voluntad revolucionaria de transformación de la realidad.
En un contexto de reflujo de masas como el actual, que no significa la inexistencia de conflictos, ni de importantes grados de organización y de lucha, que existen por doquier, pero que se dan en un marco defensivo y bajo la hegemonía política de una democracia parlamentaria degradada que se expresa garantizando, relativamente, los derechos civiles mientras se cercenan, limitan o ignoran los derechos sociales.
En este contexto la problematización de la relación de las formas de vanguardia con las formas fragmentadas de las expresiones de masas, en un marco de reflujo de masas y con la ausencia de banderas unificadas de lucha, como existían otrora, impone la reflexión sobre las formas organizativas e identitarias que toma la lucha popular. De manera especial en una coyuntura electoral donde las alternativas a las políticas de ajuste y de pago de la deuda externa son débiles, circunstanciales o meramente oportunistas y sin ninguna garantía de aplicación.
En estas condiciones la pérdida de autonomía frente a las identidades y organizaciones políticas que no expresan coherentemente las banderas, las luchas y las reivindicaciones de los sectores explotados y marginados carece de sustento desde una perspectiva popular. La unidad en la acción y la unidad de los que luchan en cambio es una de las dimensiones de la acción política y social imprescindible para la reconstrucción de un horizonte popular. Ello no significa desconocer las batallas electorales por venir y la necesidad de derrotar a Macri y a Cambiemos en las próximas elecciones. No porque el triunfo de una alternativa, cualquiera sea, vaya a significar una victoria popular sino porque una hipotética victoria de Macri, o de algún sucedáneo, significaría la convalidación estratégica de una derrota popular que costará sangre, sudor y lágrimas revertir.
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