Por David Pike
Desde aquel 20 de diciembre, ya nada sería igual. Apenas tenía 16 años y alguna que otra movilización encima, pero los que vivimos aquella jornada no lo dudamos jamás, sabíamos que ese día no era uno más.
El estado de sitio decretado por el presidente De la Rúa, luego de todo un día de saqueos fogoneados desde algunos sectores del PJ, pero protagonizados por un pueblo hambriento que desde hacía años ya no se dejaba ocultar, fue el detonante de la bronca acumulada luego de años de resistencia.
De a cientos salíamos a la calle la noche del 19, algunos quedaban en las esquinas de los barrios prendiendo fuego basura y otros nos agolpábamos en las avenidas, era una marea humana que avanzaba a Congreso y luego a Plaza de Mayo. Allí nos recibió la policía a gases lacrimógenos y balas de goma, dando inicio a una batalla que duraría hasta largas horas de la noche y se reiniciaría al otro día hasta que por la tarde el helicóptero se llevase al renunciante presidente, sin antes dejar decenas de los nuestros muertos tirados por las calles.
Por primera vez, había visto a la policía retroceder, una y otra vez, esa imagen quedó grabada en mi conciencia y me acompaña desde aquellos días la certeza de que cuando un pueblo se decide a avanzar nada lo puede detener.
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