Por Carlos Aznárez
La fuga del penal de Rawson y la Masacre de Trelew no sólo recuerdan un crimen de lesa humanidad cometido contra un grupo de valientes revolucionarios y revolucionarias sino que constituye una clave fundamental de análisis del Terrorismo estatal contemporáneo argentino. Al igual que los bombardeos a la población civil en junio de 1955, Trelew es otro punto de inflexión puesto sobre la superficie por quienes ocupaban la cúpula del Estado para sentar precedente de qué y cuánto estaban dispuestos a hacer quienes defendían (y aún hoy lo hacen) la estructura del capitalismo en su versión argentina.
¿Pero qué enseñanzas y legado deja a los jóvenes de hoy lo ocurrido el 22 de agosto de 1972 en ese confín de la Patagonia argentina?
Antes que nada demoler la idea impuesta por quienes se erigieron en enemigos de la libertad y la justicia, sobre que cualquier intento de enfrentamiento con el poder estaría condenado al fracaso. En ese período de la historia argentina, miles de jóvenes, como los que cayeron acribillados a balazos en la Base de la Marina Almirante Zar, estaban decididos a luchar por cambiar el orden injusto que soportaban millones de argentinos. En esa toma de decisión, no sólo desarrollaron al máximo su capacidad de entrega sino que también sabían que el compromiso era hasta las últimas consecuencias. Lo que el enemigo quiso mostrar como una sangrienta derrota, germinaba meses después en nuevos avances en la conciencia de las masas, y el triunfo electoral de 1973 y la multitudinaria movilización a las cárceles permitió de inmediato la libertad de todos los presos y presas politicas.
Desde ese punto de vista, Trelew hoy, deja claro que frente a las nuevas triquiñuelas y acciones ofensivas del Imperio, la única salida posible es la confrontación. Mostrarle los dientes y hacerle saber a quienes siguen generando nuevas formas de conquista, que no nos entregaremos a sus designios mansamente. Y que los aparentes retrocesos de la actualidad abonarán nuevas resistencias a futuro. Esto vale recordarlo, justamente ahora en que cuanto más violenta es la ofensiva para afianzar el capitalismo, más se insiste desde ciertos sectores de la izquierda, en soluciones integracionistas, falsos atajos, respuestas edulcoradas o tácticas posibilistas con quienes nos han puesto la soga al cuello y no dudan en apretar el nudo. El virus de «no hacer olas» y el «buenismo» que luego deriva en defender hasta lo indecible la gobernabilidad de quienes matan de hambre y a patadas en el pecho (como ocurriera por estos día con un modesto trabajador) se vende como una receta infalible. Y de esta manera se prepara nuevas tragedias a futuro por no tener claro que los enemigos de clase no dan concesiones y si se sienten acorralados son altamente peligrosos.
Por otra parte, aquellos jóvenes de Trelew también marcaron un camino en lo que hace a dejar de lado todo tipo de planteo individualista y apostaron al accionar colectivo. Desarrollaron una auténtica hermandad revolucionaria, donde el otro compañero o compañera era lo más importante a cuidar y proteger en la lucha cotidiana, junto con los sectores más golpeados de la sociedad. En los barrios, en los establecimientos de trabajo, en los ámbitos estudiantiles, se fueron gestando así bolsones de la nueva sociedad por la que se batallaba. Signos de amor compartido, de esperanzas de cambio y sobre todo, de un abierto alturismo en la reivindicación de los ideales. Con esa impronta y el deseo de volver a reintegrarse a la lucha activa en la calle, los militantes de todas las organizaciones revolucionarias que decidieron la fuga masiva de Rawson, y también los que optaron generosamente en no participar de la misma, como el inolvidable dirigente sindical Agustín Tosco, pusieron en marcha una gesta que desnudó como nunca a la dictadura del general Alejandro Agustín Lanusse.
Cuarenta y siete años después, es evidente que el concepto de militancia ha cambiado mucho, y aspectos de un marcado individualismo que soportan los distintos estamentos de la sociedad argentina actual, también se han introducido en el accionar del denominado progresismo. El recurso de arriesgar lo menos posible para auto preservarse (en el trabajo, en las Facultades y hasta en la militancia) son habituales y se asumen como si fuera algo que existió siempre. De la misma manera, también pueden observarse propuestas edulcoradas que actúan como apagafuegos de cualquier planteo de resistencia y que harían empalidecer a aquellos recordados jóvenes revolucionarios de Trelew.
Por último, los hechos de la fuga de Rawson remarcaron el concepto de unidad en acción de las organizaciones revolucionarias, algo que hoy se extraña como un bien preciado difícil de repetir a pesar de los años transcurridos. Esa decisión de fugarse juntos a pesar de las diferencias entre una organización y otra, no fue un hecho casual, sino parte una concepción de trabajo y militancia que se venía desarrollando desde mucho tiempo antes. Se tenía claro quien era el enemigo y frente a él valían todos las posibilidades de ataque. De allí que tanto en la improvisada conferencia de prensa realizada en el aeropuerto de Trelew por aquellos que luego serían asesinados a mansalva, como en las declaraciones conjuntas hechas en La Habana por los cuadros de dirección de las organizaciones armadas que alcanzaron a fugarse exitosamente, se recalcara el tema de la unidad y la necesidad de mantener esa iniciativa.
Actualmente, la unidad está en boca de todos los militantes del campo popular pero termina en la mayoría de los casos siendo sólo una expresión de deseos. Es evidente que no se toma muy en serio la necesidad de forjarla, a pesar de que revoluciones triunfantes como la de Cuba o la más reciente de Venezuela bolivariana han hecho esfuerzos para acercar posiciones entre los diferentes grupos que representan a la izquierda en todo su espectro. Aún estamos a tiempo de honrar a los héroes de Trelew forjando una fuerza antiimperialista, anticapitalista y antipatriarcal que sume todas las banderas.
El ejemplo de Trelew debería servir como acicate para que en este presente tan especial se fueran dando pasos firmes que permitan unificar a los que siguen creyendo que Revolución y Socialismo son dos conceptos indivisibles. Sería también una respuesta a quienes en todos estos años han secuestrado consignas, se han vestido con la ropa de los caídos en combate para volverlos a matar con propuestas claudicantes o maniobras de abierta corruptela, o han institucionalizado el discurso de inclinarse por el mal menor, evitando construir alternativas que desnuden la mascarada de un falso progresismo. Los revolucionarios que entregaron su vida en Trelew no lo hicieron para apuntalar al capitalismo, peleaban por un mundo diferente, más humano e inclusivo. La patria socialista.
En este momento argentino y latinoamericano en que otra vez los halcones de la derecha vuelan de forma rasante, Trelew no es consigna del pasado, sino un grito de rebeldía y compromiso con el futuro.
Como escribiera el poeta y militante montonero Francisco Paco Urondo, la sangre derramada en Trelew no podrá ser negociada ni tampoco olvidados ni perdonados los gestores de que ese aciago día de fines de agosto la Patria haya sido fusilada.
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